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Domingo 03 de marzo de 2019
Las dos grandes obsesiones de Macri (acuerdo en Entre Ríos)
MacriEnojado

Un presidente que grita al borde de las lágrimas para defender su trabajo no es alguien abierto a someter su liderazgo a discusión.

Esa fue una de las conclusiones irrefutables que sacaron los dirigentes de Cambiemos que presenciaron el viernes el estallido emocional de Mauricio Macri en la apertura de sesiones del Congreso . Vieron a un hombre que exponía una misión y exigía lealtad a sus fieles.

La traducción más prosaica hacia la interna oficialista invita a descartar cualquier especulación de que Macri vaya a abandonar la carrera por la reelección . Y sobre todo, como admiten altos referentes del radicalismo, que no consentirá deportivamente la aventura de unas primarias presidenciales contra Martín Lousteau o algún socio díscolo que sueñe con desafiarlo.

Al filo de terminar el mandato, Macri ve a Cambiemos como su invención, no como una sociedad entre iguales con la UCR y los seguidores de Elisa Carrió . "Ya no estamos construyendo una opción, como en 2015. No necesitamos multiplicar candidaturas para hacer masa crítica. Ahora nos toca defender todo por lo que peleamos estos años, con la cancha inclinada. Se está o no se está", resume una integrante del Gobierno.

La unidad de Cambiemos obsesiona al Presidente. Cuentan en su entorno que no concibe las recurrentes elucubraciones sobre si él será o no candidato. "Aunque lo niegue, tiene algo de peronista", ironiza uno de sus allegados. "¿Alguien se imagina a un kirchnerista sugiriendo que Cristina no debería ser candidata? Lo mismo: ¿cómo pretenden que él se someta a una interna?".

El poder estandariza. Y casi cuatro años en la cima dejan en Macri rasgos típicos de un político tradicional. Ante el Congreso, reveló que se percibe como productor de un hecho histórico y como tal dividió el tablero político en dos: los propios, a los que ofrece un destino, y los rivales, a quienes les enseñó los dientes.

En esa expresividad desconocida en un hombre a menudo frío se reflejan también las huellas emocionales que le dejó la crisis económica. La línea argumental de su discurso -de llevar título hubiera sido "el cambio en serio lleva tiempo"- describía una doctrina de fe, algo que no se puede dejar en manos ajenas.

En el círculo más pequeño del macrismo despotrican por la energía que consumen las internas. Se lo cargan en la cuenta de los radicales. Macri espera que Alfredo Cornejo, el presidente de la UCR, le dé pronto garantías de que el partido no apadrinará un plan Lousteau, más allá de que formalmente el tema vaya a definirse en la convención radical de acá a un mes.

Fuentes de la Casa Rosada especulan con que esa carta es apenas una amenaza para conseguir pequeñas victorias provinciales. Cornejo, por ejemplo, presiona para que Pro baje la candidatura a gobernador de Mendoza de Omar De Marchi, que entorpece el objetivo radical de retener el poder local.

"Cantan truco con un 4, pero tampoco a nosotros nos sobra nada", se sincera un asesor presidencial. Sobre todo después de la derrota de Carlos McAllister en la interna de La Pampa ante el radical Daniel Kroneberger, Macri pidió ordenar la oferta de Cambiemos en las provincias con celeridad y sin sangre. El mantra es el mismo desde hace semanas: la prioridad es la reelección.

Por eso masculla bronca por el caso de Córdoba, donde Ramón Mestre se negó a acatar la sugerencia de que hiciera paso a Mario Negri como candidato a gobernador. Esa elección entre radicales que se dirimirá en dos semanas -aunque la Casa Rosada aún intenta cancelar- puede herir innecesariamente a Macri. Córdoba resultó decisiva para él en el triunfo presidencial de 2015. Es "su" provincia. ¿Para qué exponerlo en una batalla provincial que, además, difícilmente lleve a arrebatarle al gobierno a Juan Schiaretti en las elecciones anticipadas de mayo?

En otros destinos ya se acató la orden presidencial. En Tucumán, Cambiemos definirá la fórmula bajo la guía de una gran encuesta (Alfonso Prat-Gay, Silvia Elías de Pérez, Domingo Amaya y José Cano están en carrera). En Entre Ríos hubo acuerdo (el radical Atilio Benedetti irá acompañado del macrista Gustavo Hein).

En Pro, el verticalismo que emanó desde la Casa Rosada quedó claro hace tiempo. María Eugenia Vidal lo demostró cuando enterró el proyecto de adelantar las elecciones bonaerenses, que podía beneficiarla a ella pero no estaba claro que le sirviera a Macri. Ante la Legislatura, el viernes, volvió a hacer juego con su jefe: "No estoy aquí para usar la provincia como un trampolín", enfatizó. Clarísimo: que nadie insista con el plan suplantación en la cúpula oficialista.

Quienes interponen matices van quedando de lado. A Emilio Monzó se le notó el viernes en su rostro pétreo durante la Asamblea Legislativa que espiritualmente se aleja del proyecto. Horas antes, su aliado Nicolás Massot -jefe del bloque de Pro- comunicó que no seguirá en el Congreso en el próximo turno.

Tercios

El discurso de Macri ante la Asamblea Legislativa les habló a los "convencidos", fue un desafío para los "enemigos" -kirchneristas o peronistas que coqueteen con volver a serlo- e incorporó una invitación para los "desencantados". En cuanto a los destinatarios, estaba dividido en tercios, como el electorado.

Las encuestas propias que muestra el Gobierno reflejan que la intención de voto del Presidente supera el 30%. Tienen a Cristina Kirchner un poco por debajo de esa cifra. Y la porción que no está con ninguno de los dos sigue más bien huérfana.

En la lógica macrista, es un escenario ideal para el contexto de grave crisis económica que en otro momento hubiera hecho inviable un proyecto de reelección.

La mejor noticia que recibió Macri antes de ir al Congreso fue el discurso que dio el miércoles Cristina Kirchner en el Senado, en el que expuso con la vehemencia de sus años dorados una tesis conspirativa para contrarrestar las acusaciones de los cuadernos de las coimas. Fue su lanzamiento oficial, concluyeron en el comando de campaña de Pro. Lo mismo que dijeron los kirchneristas del discurso presidencial.

Se da un curioso juego de espejos. En la misma semana Cristina y Macri -afectados en su imagen- presentaron a la sociedad un relato que los justifica y los mueve a pelear por el poder. Ambos dependen del tercio del electorado que quisiera no votarlos pero acaso no tenga otra que optar. Algo así como la batalla del mal menor.

En el macrismo creen que su guion tiene más recorrido. El Presidente les dijo a los desencantados que su gestión, pese a no alcanzar hoy los éxitos prometidos, sentó las bases para un futuro mejor.

Cristina se limita a describir el mal momento y a denunciar una maniobra que (solo en teoría) la exculpa de las acusaciones de corrupción más graves en su contra (y le da una coartada moral a quienes vuelven con ella).

Son consuelos. En el Gobierno son conscientes de que para ganar en octubre la economía es central. "Quien diga que no vamos a hablar de economía en la campaña miente", enfatiza un hombre del Presidente. Señales a la vista: ya se anunció un aumento extraordinario de la asignación por hijo y se preparan medidas para alentar el consumo de la clase media.

En Hacienda insisten en que la recuperación empezará a notarse en breve. Algunos funcionarios se quejan porque las estadísticas "van muy lentas". Que los números que se conocen -como el último de empleo o como la pobreza que se difundirá este mes- reflejan fotos viejas. ¿Y la inflación? Bajará desde abril, cuando terminen los aumentos de tarifas, sostienen.

¿Será verdad esta vez? La única certeza es que el tiempo para mostrar resultados se acorta y sin una mínima luz de esperanza económica la reelección entrará irremediablemente en zona de riesgo.

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