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Miércoles 31 de julio de 2019
Los desórdenes de la campaña K (referencia al paso del Alberto Ferández por Entre Ríos)
MassaCaricatura

Alberto Fernández está realizando un reseteo a su campaña electoral. Sucede a 10 días de las PASO. Podría responder a dos razones: un plan premeditado en la fase final del combate; un ajuste necesario porque el clima político –habrá que ver qué determinan los votos-- parece haber mutado en las últimas tres semanas. Nadie en el Instituto Patria, el búnker de Cristina Fernández, pronostica ahora una diferencia a favor en extremo holgada para el 11 de agosto. Allí solo dicen estar seguros de la victoria.

Tal panorama no sería el que el kirchnerismo venía degustando antes del amanecer de la campaña. De allí que Alberto, con cierto desorden, resolvió reorientar la estrategia y el mensaje. Habló en Entre Ríos, por ejemplo, de formar un scrum (término del rugby) con los gobernadores peronistas para el futuro gobierno que imagina. En paralelo, se dedicó a instalar temas de la agenda económica que el Gobierno venía eludiendo con destreza.

La referencia al scrum (Alberto es amante del fútbol) no debe haber respondido a una espontaneidad. Se trata de una jugada en aquel deporte donde la disputa física por la posesión de la pelota resulta fundamental.¿Estará concluyendo el candidato que dicha posesión no le corresponde en este momento?. ¿Sería un anticipo de lo que podría suceder en su hipotética administración?.

Los interrogantes valen por un motivo. El candidato hace la campaña en llamativa soledad. Cristina realiza, solita, otra bien distinta. Sus fieles siguen a ella antes que a Alberto. El candidato aparece preocupado por conciliar las diferencias frecuentes que emergen en el Frente de Todos, según sea el protagonista que se pronuncie. Debió traducir a la ex presidenta cuando comparó una entrevista periodística que le habían hecho en el 2017 con una sesión de tortura. Tuvo que mediar en la pelea pública que se estableció entre Guillermo Nielsen, ex secretario de Hacienda y consejero suyo, con Axel Kicillof. Habló el fin de semana con Aníbal Fernández después que el ex ministro del Interior se despachó brutalmente contra María Eugenia Vidal.

El candidato no habría quedado del todo convencido con la explicación de Aníbal. Dijo que creía que el hoy primer candidato a concejal por Pinamar había comprendido el error cometido. No posee certezas. Tampoco la tienen otros kirchneristas y peronistas que respaldan el binomio de los Fernández. La increíble irrupción de Aníbal contra la gobernadora bonaerense pudo haber encerrado la intención de una revancha. Es difícil aceptar que haya caído ingenuamente en una equivocación. Al ex ministro le cargaron la mochila por la derrota del 2015. Como si la ex presidenta y los demás aspirantes hubieran sido sólo muñecos de cera. No le concedieron ninguna participación en el Frente de Todos. Lo mantienen apartado. Casi tanto como a Luis D'Elia, Guillermo Moreno o Julio De Vido. Una afrenta. El ex ministro sabe golpear donde duele.

Su reaparición paralizó por días al kirchnerismo. Forzó a Kicillof y a otros dirigentes a una condena pública en beneficio de una adversaria. Algo excepcional en esa órbita. Además, desvió al ex ministro de Economía de su proyecto de focalizar su campaña condenando siempre a Vidal. Debió colocarla en el pedestal de víctima.

Alberto resolvió invocar a los gobernadores pejotistas porque, tal vez, se siente huérfano de otras solidaridades políticas. Está muy claro que Cristina y La Cámpora congregan sus esfuerzos en Buenos Aires. Allí talla el postulante que ungió la ex presidenta. También los seis candidatos a diputados camporistas entre los primeros doce lugares de la lista que encabeza Sergio Massa. A la ex presidenta le importa amalgamar el poder en el principal distrito del país pensando en la hipótesis de que Alberto se convierta en mandatario. Valdría a futuro para la relación de fuerza interna.

Alberto tiene de socio al ex intendente de Tigre. Pero Massa no está en condiciones de adoptar ningún papel protagónico. Su regreso al redil kirchnerista lo encontró en estado de anemia política. La Cámpora nunca olvida, mas allá de las urgencias de campaña, que en 2015 los tildó de “ñoquis”, prometió barrerlos del Estado e, incluso, meterlos presos.

Massa, sin embargo, sigue las huellas de la campaña de Alberto. Confía en los gurúes políticos de los cuales su amigo descree. Aunque en este tiempo recurre a ellos con intermitencias. El futuro diputado estaría atravesando algunos problemas de financiamiento. De todos modos, convino con Alberto una cosa: la necesidad de encontarte un centro de gravedad al último tramo de campaña. La utilidad de regresar al campo económico que desagrada a Mauricio Macri. Hasta le aportó consejos.

El candidato K fue primero en busca de los jubilados.Prometió una recomposición en sus haberes de entre un 15% y 20%. Se supone que sería por encima de la actualización inflacionaria que reciben ahora. También un abastecimiento gratis de remedios. Para financiarlos aseguró que, sencillamente, podrían no pagarse los intereses de las Leliq (Letras de Liquidez). Se trata de préstamos semanales que los bancos realizan al Central que fija tasas en torno al 60%. Nielsen y Armando Bocco aclararon que el candidato se habría referido a bajar las tasas. Nunca a cesar el pago.

Su propuesta vino hilada con otro latiguillo que suele encantar a Massa. El Gobierno –dice-- estaría fortaleciendo la especulación financiera y de los bancos en contra de la producción. Alguna garantía silenciosa debe haber deslizado previamente el primer candidato a diputado a sus amigos banqueros. La tarea dilecta de Massa en la campaña consiste en recorrer PYMES en apremio en Buenos Aires.

Alberto, en su giro de campaña, vapuleó a Martín Lousteau. El ex ministro y candidato a senador porteño con Horacio Rodríguez Larreta había cuestionado la propuesta sobre las Leliq. Le tiró la responsabilidad por la crisis con el campo del 2008 detonada por la resolución 125. Fue una creación de Lousteau, es verdad. Pero Alberto (también Cristina) la dejaron correr hasta que el Senado la rechazó. Su renuncia como jefe de gabinete ocurrió a mediados del 2009.

El candidato también sobrevoló el valor del dólar. Dijo que está subvaluado. El Gobierno lo sostendría artificialmente. La paridad cambiaria es una pieza clave de la temporaria estabilidad que logró Mauricio Macri. Esa estabilidad estaría incidiendo de modo fuerte en la variación del clima político. Los mercados, curiosamente, ni se inmutaron. O no creen demasiado en las afirmaciones de Alberto. O, peor aún, estarían empezando a dudar de sus posibilidades de llegar al poder.

Alberto también pareció enojado porque Mauricio Macri no le responde. “El portavoz es el Fondo Monetario Internacional”, denunció en Entre Ríos. La campaña del Gobierno exhibiría una cualidad: construye primero un mensaje, fija un objetivo y sale a comunicarlo. Contrasta con el serpenteo y las contradicciones kirchneristas.

La queja del candidato K posee su costado lógico. Macri pretende cotejar con Cristina. Para polarizar. No con Alberto, pese a que en la formalidad significa su adversario. De ese lugar no se moverá el Presidente. Aunque ese mismo lugar tenga serios riesgos.

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