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Jueves 10 de octubre de 2019
La apuesta final y desesperada de Mauricio Macri (recuerdan que estuvo en Entre Ríos)
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Nadie está muerto hasta que el corazón deja de latir. Esa y otras frases son las que utilizan la mayoría de los integrantes de la coalición de gobierno para definir el estado de situación a 17 días de las elecciones. La contundencia del triunfo de Alberto Fernández y Cristina Kirchner en las PASO fue de tal magnitud que los dejó sin reacción. Pero lentamente comenzó la reconstrucción de lo que había sido, durante doce años, una máquina perfecta de ganar elecciones. Y, en los últimos diez días, se sucedieron tres episodios que le sirvieron a Mauricio Macri, y a varios de sus colaboradores, para recuperar algo del ánimo que habían perdido bajo el peso sofocante de la derrota.

El primero fue el debut de las treinta marchas del #SiSePuede por todo el país. El acto en las barrancas de Belgrano tuvo el nivel de masividad suficiente como para infundirle optimismo al resto de los intentos electorales fuera de la Capital Federal. Es cierto que hubo un poco de zozobra aquel sábado en el andén de la estación de Olivos del Ferrocarril Mitre cuando el Presidente esperaba y el tren no aparecía a pesar de que pasaban los minutos. Algunos funcionarios temieron una zancadilla del gremio ferroviario que hubiera dejado en ridículo a Macri pero todo se tranquilizó cuando él y su esposa Juliana Awada (una inesperada apuesta de campaña) subieron a un vagón que venía convenientemente poblado de simpatizantes del macrismo.

La algarada oficialista siguió al lunes siguiente en Junín, y ya junto a María Eugenia Vidal, como para despejar los reconocibles aires de distancia entre el Presidente y la Gobernadora que se habían intensificado con su ausencia en el acto porteño. Un día después la caravana viajó a Córdoba, el miércoles fue a Santa Fe, el jueves a Entre Ríos, el viernes estuvo en Bahía Blanca y el sábado recaló en Mendoza, la provincia que Macri prefirió no tocar antes de la elección provincial por el pedido expreso de los dirigentes locales.

La cómoda victoria del radical Rodolfo Suárez en Mendoza es justamente el segundo factor que alimenta la recomposición del maltrecho ánimo macrista. Pese a la ausencia estratégica del presidente en la campaña y en los festejos. Pese al desdén que acompañaron todas las declaraciones del áspero gobernador Alfredo Cornejo. En la Casa Rosada anotan dos datos reveladores que alumbraron el triunfo mendocino y empujan la utopía nacional. En la elección general subió notoriamente la participación electoral respecto de las PASO y bajó la cantidad de votos obtenidos por la candidata del peronismo. Si algo tiene claro el equipo encabezado por Marcos Peña es que ningún esfuerzo será suficiente si Fernández no baja el 27 de octubre la cantidad de votos que consiguió con el alud de las primarias.

A eso agregan un detalle perteneciente al universo desacreditado de los encuestadores. El mismo consultor que le anticipó a Cambiemos los 15 puntos de diferencia que lograron finalmente sobre la camporista Anabel Fernández Sagasti registra ahora una diferencia de cuatro puntos a favor de Macri sobre Alberto Fernández. En las PASO, el candidato del Frente de Todos lo había aventajado por tres puntos. “Igual ya no miramos más encuestas”, es el salmo que repiten los funcionarios después del chasco de agosto.

Como la euforia se mantuvo, la idea fue repetir las marchas en cada provincia y cerrar la apuesta callejera tres días antes de la elección en la Nueve de Julio. El Obelisco de Macri entusiasma sobre todo a Miguel Angel Pichetto y a Elisa Carrió, los dos dirigentes de Cambiemos que menos parecen haber sentido el efecto demoledor del resultado de agosto. Esta semana la caravana pasó por Tucumán, Neuquén y Misiones, pero fue el acto en el Jardín de la República el que sorprendió por su magnitud sobre todo a los dirigentes radicales de la provincia, acostumbrados desde hace dos décadas a la hegemonía peronista en el territorio.

El desorden del contrataque de Cambiemos incluye declaraciones polémicas y vendettas internas muy lejanas a la prolijidad del proselitismo previo a las PASO. Pichetto prometió dinamitar las villas mientras explicaba su idea de ponerle fin a los bunkers del narcotráfico. Lilita volvió a arremeter contra el ministro Rogelio Frigerio por su vínculo natural con los gobernadores peronistas, obligando a una frenada en seco presidencial. Y, desde las trincheras de Nueva York, el autoexiliado Nicolás Massot armaba su propia guerra tuitera contra Carrió pasándole viejas facturas y mostrándose en sillones de hoteles junto a Sergio Massa. Hasta el propio Macri agitó el avispero pronunciándose inesperadamente contra el aborto en Mendoza, definición que siempre eludía para poner a salvo la divisoria de aguas que el tema genera en el espacio oficialista. Pero el final de la campaña, evidentemente, está dominado por la desesperación.

El tercer factor que entusiasma a la golpeada coalición de gobierno es la cadena de triunfos del reformismo en los claustros universitarios. Si bien no hay rastros de macrismo en las alianzas que dominan los radicales de Franja Morada, la supremacía recuperada en la Universidad de Buenos Aires y en la de Córdoba se convirtieron en una derrota amarga para la izquierda y, sobre todo, para el peronismo que esperaba trasladar a los centros de estudios la avalancha nacional que había logrado en las PASO.

Es extraño el clima en las cercanías de Macri. Los primeros en notarlo fueron los candidatos oficialistas que fueron a la Quinta de Olivos en la previa de las treinta marchas. “Estamos jugados; hagan todo lo que tengan que hacer”, les repetía el Presidente cada vez que le consultaban por alguna maniobra contraria a los evangelios de Durán Barba. El candidato se emociona y a veces llora. Abraza a todos los que se le arriman y luce una disfonía que será peligrosa en la última semana si no cuida un poco la garganta.

Los más jóvenes se entusiasman con la posibilidad lejana de dar vuelta la elección. Y lo cantan con estribillos que a veces no calzan perfectos en las estrofas musicales. Los más experimentados son escépticos y se confortan aunque sea con la chance de mejorar los números descorazonadores de agosto. “Si nos va mal, este habrá sido un hermoso tour de despedida”, se consuelan. Macri ha abandonado la frialdad del laboratorio y se entrega en estos días al final borgeano del incierto ayer y el hoy distinto.

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