La transición que comenzó ayer entre Mauricio Macri y el presidente electo, Alberto Fernández, no modificó el ambiente en el Congreso, que con la nueva administración nacional estará megapolarizado, en especial, en Diputados. Fuentes de los principales bloques de ambas cámaras confiaron en las últimas horas a Ámbito Financiero la necesidad de “dejar pasar” algunos días para reactivar la agenda ante las necesidades que aparezcan y, mientras tanto, dejar un sendero silencioso para las trifulcas internas en el Frente de Todos y Juntos por el Cambio de cara al 10 de diciembre próximo. Sobre este tema, mañana se reunirá la comisión bicameral correspondiente para elegir autoridades y analizar la viabilidad, de acá al 10 de diciembre, de votar un cargo que necesita dos tercios en ambas cámaras. Demasiada pretensión para un puesto que estuvo dormido no sólo durante mucho tiempo, sino que además cuenta con una estructura fastuosa y lujos dignos de un ministerio. Por ende, se convierte en un cargo más que deseado. En el futuro kirchnerismo de Diputados, que tendrá ramas peronistas y massistas pegadas, la discusión pasa por la posibilidad de bloque unificado como el otrora Frente para la Victoria o la necesidad de un interbloque. Quienes tienen más experiencia señalaron que, por una cuestión de cargos y estructura, las segunda opción sería la más razonable para evitar el clásico “látigo” que prometen no volver a utilizar los próximos gestores del país. Además, el justicialismo confía en la “lapicera” de Alberto Fernández como presidente para evitar maltratos. Un panorama de mayor temor aparece en el Senado, con un peronismo que desconfía de la presidencia de esa Cámara en manos de Cristina de Kirchner. Lo cierto es que allí, entre camporistas y justicialistas, más aliados seguros como los santiagueños -Claudia Ledesma Abdala, esposa del gobernador, Gerardo Zamora, es fanática de la exjefa de Estado- o circunstanciales, como los renovadores misioneros, el Frente de Todos no tendrá problemas para iniciar las sesiones por cuenta propia y votar todos los proyectos que necesiten mayoría simple y absoluta de los votos, mientras que la buena elección del macrismo frenará -mayor aún, en Diputados- cualquier intento de búsqueda de dos tercios. Algunos peronistas -hoy son manejados por el cordobés Carlos Caserio, que desoyó al gobernador, Juan Schiaretti, y militó por Alberto Fernández-reconocieron en los últimos días a Ámbito Financiero un fuerte malestar sobre la influencia que tendrá el cristinismo no sólo en el Senado, sino también en la gestión nacional. Durante el macrismo, los gobernadores esquilmaron a la Casa Rosada -con algunos reclamos entendibles e históricos- y dejaron a sus provincias equilibradas -tras años de injusticias K- pero a Nación desfinanciada. Desde el 10 de diciembre próximo, los mandatarios provinciales electos y reelectos, que en su mayoría responden a Alberto Fernández, deberán revalidar las fuertes negociaciones y más que positivos ingresos para sus distritos en estos tres años y medio ya no ante el “neoliberal”, sino ante un supuesto “compañero”, y no amedrentarse ante una eventual injerencia de Cristina de Kirchner. Durante sus gestiones -entre 2008 y 2015-, los gobernadores justicialistas se convirtieron en actores secundarios. Ese temor recorre los pasillos del Senado y se augura un “panorama difícil” en cuanto a manejo del futuro interbloque oficialista, la designación de la presidencia provisional -forma sutil de congelar a alguien-, y la colosal administración de la Cámara alta para adoctrinar a propios y extraños. El domingo pasado, ningún gobernador peronista subió al escenario junto a Alberto Fernández y Cristina para saludar a la militancia que se aglutinó en el búnker K.