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Domingo 08 de diciembre de 2019
Un intento de reafirmación albertista cuando el proyecto empezó a cambiar de rumbo (mención a Bordet)
AlbertoFernandez

El viernes por la tarde varios referentes del futuro gobierno respiraron aliviados. La oficialización del equipo no solo clausuraba una desgastante transición de cuatro meses, desde que Alberto Fernández ganó las PASO y se empezó a hablar de la nueva estructura del poder; también cerraba un ciclo corto de tres semanas en las que se tomaron muchas decisiones cruciales y durante las cuales varios de ellos sintieron que el proyecto empezaba a tomar un rumbo diferente al previsto. Aquella reunión del 18 de noviembre en Recoleta entre Fernández y Cristina marcó simbólicamente un punto de inflexión, más allá de las decisiones que se tomaron.

Representó un cambio de dinámica que hasta entonces tenía al presidente electo como el eje central alrededor del cual circulaban los actores y las decisiones, y a su vice, alejada de la escena, con retiros temporales en Cuba. "Se le habían acumulado varias materias pendientes y debió rendirlas todas juntas", graficó la escena un hombre muy cercano al presidente electo. A partir de ese momento se vio a un Fernández forzado a recurrir a su habilidad de equilibrista, reaccionando a movimientos que habían trasladado su centro de rotación. Aunque siempre lo haga con naturalidad, es notable su capacidad para disimular las concesiones; conoce como nadie el arte del retroceso y la negociación compensatoria.

Ese lunes feriado Cristina Kirchner motorizó dos decisiones claves, que tuvieron el aval de Fernández. En primer lugar, como arquitecta del Poder Legislativo, ordenó unificar los bloques. Con ese movimiento desplumó a los gobernadores peronistas, que venían pensando en algún tipo de autonomía, cobijados por la sombra del futuro presidente. Ese frente de mandatarios provinciales, que estaba destinado a ser uno de los pilares de la gestión, quedó desintegrado. Juan Manzur, el coordinador del grupo, fue relegado y debió sufrir el apartamiento de su candidato al Ministerio de Salud, Pablo Yedlin. "Nunca le perdonaron que hablara de albertismo para diferenciarse", reconocieron en el búnker de Puerto Madero. Hoy el tucumano tomó distancia del centro de operaciones y quienes lo acompañaron en el proyecto, como el sanjuanino Sergio Uñac, el entrerriano Gustavo Bordet y el santafesino Omar Perotti, están recluidos en sus distritos con la mente puesta otra vez en pagar los sueldos. No colaron ningún ministro y ahora esperan que les den lugares en las segundas líneas (la Secretaría de Minería sería para un sanjuanino; Hidrovías y Puertos, para un santafesino, y los cordobeses colarían alguien en Transporte). Solo el formoseño Gildo Insfrán, un kirchnerista perseverante, pudo pasar de nuevo por ventanilla y sumar a Luis Basterra al Ministerio de Agricultura.

La unificación de los bloques, más la construcción de subestructuras satelitales como la que se armó con tres prófugos del macrismo, le permitió además al Frente de Todos lograr en el Congreso una virtual mayoría en ambas cámaras, una construcción que viene a completar la cosecha electoral. Podría dejar así con efecto limitado el supuesto equilibrio de poder que Juntos por el Cambio creyó conseguir al obtener el 40% de los votos. Si bien no va a ser sencillo contentar a todos los espacios internos, Alberto Fernández asumirá con número suficiente para transitar por el Congreso sin el déficit de origen de Mauricio Macri.

La segunda decisión que adoptó Cristina fue colonizar las estructuras de poder con la designación de varios kirchneristas puros en puestos relevantes. Además de diseñar su propio armado legislativo con Máximo y José Mayans, impulsó a Carlos Zannini en la Procuración del Tesoro, a Alejandro Vanoli en la Anses, a Mercedes Marcó del Pont y Patricia Vaca Narvaja en la AFIP, a Luana Volnovich en el PAMI, a Paula Español en Comercio Interior, a Luis Ceriani en Aerolíneas Argentinas, a Virginia García en la DGI y a Carlos Castagneto en la Aduana, entre otros. Son todos lugares con importante manejo de fondos, pero además son organismos con amplia representación territorial y mucha capilaridad social.

Los movimientos de Cristina traslucen la construcción de un proyecto político de largo plazo, que tiene como destino un regreso genuino al poder, probablemente con Máximo como heredero. En esta lógica, Alberto Fernández es instrumental para ese objetivo, considerando que Cristina no tenía los votos necesarios para ganar y que no había una figura propia para sustituirla. Este proyecto no responde al principio reconstitutivo que declama Fernández, que incluye la superación de la grieta, la moderación política y el inicio de una nueva etapa. Es un plan restaurador que apunta a completar el proceso inconcluso por el paréntesis macrista, con la llegada definitiva a lo más alto del poder de la vieja juventud kirchnerista. Es el sueño de Cristina desde que ella asumió el liderazgo político del espacio, en 2010, tras la muerte de Néstor. La gestión de Axel Kicillof en la provincia de Buenos Aires podría funcionar como un anticipo del modelo.

Este despliegue de poder de las últimas semanas reinstaló dudas profundas en varios integrantes del espacio sobre lo que podría ser un cambio en la esencia del proyecto del "Frente de Algunos", como ironizó un legislador. ¿Acaso cambió imprevistamente el rumbo del proyecto? Incluso Sergio Massa, uno de los socios fundadores, sufrió con el proceso. Después de que le bajaron a Diego Gorgal estuvo dos días sin atenderle el teléfono a Fernández, quien junto con Máximo debió desplegar un operativo contención para que no se prolongara la tensión. Las designaciones de Mario Meoni en Transporte y de Malena Galmarini en AySA calmaron las aguas por ahora.

En este contexto la presentación del gabinete tuvo un efecto revalorizador para el presidente electo. Tranquilizador para muchos. Fernández se plantó delante de su equipo y enfatizó su vínculo individual con cada uno de sus integrantes. Fue la puesta en escena más personal que protagonizó hasta ahora. No mencionó nunca a Cristina. Los lugares claves fueron para figuras de su entorno, empezando por Santiago Cafiero (el ejecutor oficial de las principales decisiones de Alberto) y Cecilia Todesca (que apunta a ser una suerte de Lopetegui-Quintana de la administración), siguiendo por Matías Kulfas, Claudio Moroni, Julio Vitobello y varios más. Los albertistas son Alberto. Ellos son sus extensiones. Se percibe allí la histórica dificultad del presidente electo para delegar. Discípulo de Néstor, al final.

La designación de Martín Guzmán, en cambio, fue más compleja y no encuadra en esta categoría, aunque Fernández lo conoce desde hace un tiempo. Llegó a Economía mitad por convicción y mitad por default. Fue el casillero más complejo de completar, porque Fernández no logró convencer a Roberto Lavagna para que sea un superministro (aunque sigue vigente la posibilidad de que se sume más adelante en algún rol a definir), porque Cristina vetó a Martín Redrado, porque Guillermo Nielsen generaba ruidos internos, porque Todesca no quería un primer lugar y varias razones más. En el camino, el presidente electo fue y vino varias veces con el organigrama del área económica y con los nombres. Finalmente resolvió imitar el modelo macrista de dividir la gestión en varios ministerios pero al mismo tiempo apostar a una figura central, algo que conceptualmente puede sonar contradictorio.

Guzmán es un académico que anteayer conoció a sus colegas y que se esfuerza en demostrar que está al tanto de la realidad del país, pese a que vive desde hace diez años en Estados Unidos. Se quedó con el cargo por tener un programa concreto sobre la renegociación de la deuda, que contempla dos años de gracia para permitir una recuperación económica. Arrastra todos los pergaminos de Columbia y todas las dudas del mercado sobre su habilidad para lidiar con los tiburones de la deuda. No está claro aún cómo será su convivencia con Kulfas. Para Fernández, Guzmán es el coordinador general en materia económica, pero Kulfas tendrá a su cargo Comercio, Minería, Energía e Industria, es decir, una batería considerable.

Alberto transmite confianza a su entorno de que a partir de su asunción se producirá un ordenamiento natural del proyecto pese a que llegará a esa instancia con varias indefiniciones a cuestas. Confía ciegamente en su habilidad de negociador y su experiencia de hombre de Estado. Siempre es positivo tener confianza en las propias aptitudes, excepto que se confunda con el "exceso de optimismo" que al final de su gestión terminó admitiendo Mauricio Macri.

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