El desafío de salvar caballos usados para tirar carros en medio de la fragilidad legal (referencia a Entre Ríos)
Dos yeguas caminan juntas, muy lentamente, alrededor de unos fardos de alfalfa. A la más pequeña, Lilu, le arrancaron los ojos con una vara de hierro, y como no puede ver siempre se mueve junto a Espe, que tiene un rudo pelaje marrón y lleva una prótesis, porque perdió una pata cuando quedó atrapada en una cerca de alambres. Sus debilidades las hermanaron, según explicaron los activistas del Centro de Rehabilitación y Rescate Equino (CRRE), ubicado en la ciudad bonaerense de Brandsen.
"Nos ocupamos de caballos en estado crítico: con diagnóstico de eutanasia, abandonados en la calle, fracturados. Recibimos animales que fueron utilizados para tirar de los carros de los recolectores de residuos, pero también animales entrenados para jineteadas, carreras, salto, trote americano", explicó a LA NACION Florencia Sampietro, directora del CRRE.
En agosto pasado, la policía encontró 420 caballos en un predio ilegal ubicado en el partido bonaerense de Ezeiza. Muchos murieron durante los días del rescate y 35, enfermos y desnutridos, llegaron al CRRE. Por el momento, la Justicia busca determinar adónde iban a ser enviados estos animales y por qué estaban en ese terreno de casi 500 hectáreas que no estaba habilitado para la cría equina.
Los activistas denuncian ahora que estos animales rescatados podrían haber sido robados, y uno de los hombres detenidos en agosto en el operativo de las fuerzas de seguridad tiene antecedentes penales por integrar una banda de ladrones.
En 2002 fue capturado durante otro procedimiento policial: 45 redadas concluyeron con el hallazgo de 2500 caballos que este grupo delictivo planeaba destinar a la faena para exportación de carne, según consignó LA NACION en aquella oportunidad.
Cada sábado, 20 jóvenes atienden a los caballos y continúan trabajando incluso mientras la oscuridad se apropia de los bebederos, de los fardos de alfalfa, de las tranqueras. Saben que algunos de estos animales tal vez deban ser sacrificados en pocas horas. Pero con determinación, como si la muerte no importara, los revisan minuciosamente, acarician sus crines, se dividen en grupos, preparan sobre una mesa roída la distribución de medicamentos que un veterinario aplicará después para frenar las infecciones.
Sábados de asistencia
Pareciera que durante muchos años los carreros y los caballos han moldeado estas callejuelas a su antojo porque, en la mayoría de las esquinas, algunas cuestas pronunciadas y el piso desnivelado tornan imposible el tránsito de autos o motos. Allí, un reciclador llamado Carlos Salto, que pasó una década arriba de su carro, aseguró que tuvo una yegua que podía jalar 700 kilos de metales.
Iniciativas pendientes
Y, por último, agregó: "Si una persona no tiene recursos para mantenerse, tampoco puede tener a su cargo otros seres vivos. Esos animales no la pasan bien".
Más allá de esto, actualmente en todo el país y, según la ley de maltratos a animales 14.346, está prohibido forzar a los caballos al arduo trabajo de empujar un carro. Y es precisamente bajo los argumentos de esta ley que los ambientalistas llaman a la policía cuando detectan que hay recolectores sometiendo animales. El artículo 2 estipula como maltratos "hacerlos trabajar en jornadas excesivas sin proporcionarles descanso adecuado, según las estaciones climáticas"; "emplearlos en el trabajo cuando no se hallen en estado físico adecuado", y "emplear animales en el tiro de vehículos que excedan notoriamente sus fuerzas".
Emanuel Pérez tiene 30 años y lleva las manos ásperas por tanto meterlas dentro de los contenedores de basura. Vive en una precaria casilla de la villa Itatí, en el partido bonaerense de Quilmes, junto con su madre, su esposa, sus tres hijos, dos hermanas, algunos sobrinos y también una yegua sin papeles que compró hace poco.
"Aprendimos a poner 'pichicatas' (en alusión a inyecciones) y herraduras. Los veterinarios y los herreros cobran muy caro. Yo aprendí mirando cómo cuidar a mi caballo", explicó a otro joven reciclador de mirada recia, llamado Carlos, que preparaba al animal con paciencia, cerca de las dos de la tarde en medio de una bocacalle adonde se cruzan tres pasillos de la villa.
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