| Entre Ríos EN LOS MEDIOS NACIONALES |
Domingo 22 de marzo de 2020
“Junto a Fátima aparecieron todas las demás, y el dolor se volvió insostenible”
Fátima Acevedo tenía 25 años.

LA CARTA. Son las 3 de la mañana. Ya es lunes. Estoy en un taxi que huele a cigarrillo y me siento muy cansada. Pienso en el día de hoy y todavía no lo puedo creer. Aprovecho los minutos que me quedan de viaje y me pongo a escribir. Esta misma mañana partí rumbo a Paraná, Entre Ríos, para hacer la cobertura de una nueva Fiesta Nacional. La séptima en lo que va del programa veraniego pero todo indicaba que iba a ser una muy distinta: una grilla repleta de artistas mujeres que compartirían su música con todos.

Aproveché parte de las seis horas de viaje para leer. Apenas prendí mi celular me encontré con posteos en las redes y mensajes en mi Whatsapp por el Día Internacional de la Mujer. Había cientos y de todo tipo. Me tomé el tiempo para leerlos, intentando pensar de quién y de dónde venía cada uno. Me costó interpretar los carteles cargados de flores y felicidades, empaticé con unos cuantos vinculados a la lucha y me emocioné con un puñado de mensajes de gente cercana. Me quedé, entonces, pensando acerca de todo lo que nos falta pero, también, de las cosas que fuimos cambiando.

Fátima denunció a su ex pareja hace más de dos años y medio, pidió justicia y pidió ayuda, y la mataron. Ya sumamos 69 casos en los 69 días que van del año"

Me emocioné al ver a minas que admiro hablando sobre otras minas que pusieron el alma para que la cosa fuera distinta; que hoy son historia pero que su historia marcó y cambió la nuestra para siempre. Me estremeció esa empatía, esa sororidad que veo y siento hoy y que antes no tenía tan a mano. Nos imaginé juntas, siendo una, y me dio piel de gallina. Y volví a mirar a la ruta, en búsqueda de algún cartel que me indicara en qué parte del mapamundi estaba y cuánto faltaba para mi destino. Y fue ahí, justo ahí, cuando Flor, una de mis compañeras, me mando un mensaje diciéndome que se había suspendido todo; que habían encontrado muerta a Fátima. Yo no sé si puedo expresar la impotencia que se apropió de mí en ese momento y la cantidad de imágenes que se me cruzaron por la cabeza en una fracción de segundos.

De repente alguien sopló la nube utópica en la que me encontraba flotando y me estampé la cabeza contra el piso. Sentí que alguien me apretaba fuerte fuerte el corazón y, ahí, en medio de un dolor tan dual - tan ajeno y tan cercano - pensé en el dolor de Fátima y su gente y me dolió todavía más. Y junto a Fátima aparecieron todas las demás víctimas y el dolor se volvió insostenible, no me entraba en el cuerpo. Sí, dolor, dolor, dolor. Llegar a Paraná fue llegar a una ciudad desolada. Era la hora de la siesta y el calor atormentaba las calles. Pero más allá de las costumbres, la atmósfera era de duelo. Mi estadía duro menos que el viaje, pero este quilombo emocional todavía está intacto. Una piba que denuncia a su ex pareja hace más de dos años y medio, que pidió justicia y pidió ayuda, que dijo que la iban a matar... y la mataron. Y sumamos 69 casos en los 69 días que van del año.

Lamentablemente, a veces las cosas nos tienen que tocar de cerca para que las vemos. Pero, dejémonos de joder, ya ni siquiera es tapar el sol con las manos, la realidad nos encandila. Son las 3 de la mañana. Ya es lunes. Estoy en un taxi que huele a cigarrillo y me siento muy cansada, en muchos sentidos. Pienso en el día de hoy y todavía no lo puedo creer. Me pongo a escribir.

Interrumpo esta catarata de palabras sin censura porque el taxi se frena; habíamos llegado a casa. En ese momento, recibo un mensaje de Flor pidiéndome que le avise cuando llegue. Le pago al taxista y le pido que, por favor, me espere y vea que entro a mi departamento. Cruzo la calle mientras el taxi me hace guardia con balizas. Son las tres y media de la mañana, saco las llaves del bolsillo y miro a ambos lados antes de abrir la puerta. Veo que no viene nadie y abro, saludo al taxista con la única mano libre que me queda y subo a mi piso. Entro a casa, pongo la traba, cierro la ventana que da al balcón y agarro el celular. Le aviso a Flor que llegué bien. Ah, y también le a aviso a una amiga que vive cerca, a mi viejo que está durmiendo en provincia de Buenos Aires y a mi novio que está a mil kilómetros de distancia.

Los tres me pidieron que les avise cuando llegue a casa. Pienso en Fátima. Pienso en la suerte que tuve de llegar a casa y agradezco. Después pienso si debería sentirme agradecida y por qué. Pienso en qué estamos esperando para despertarnos de semejante pesadilla.

Por Paula Echeverría. CONDUCTORA EN LA TV PÚBLICA

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