Los principales caciques de la oposición produjeron en la
semana dos hechos de gran importancia para blindarla de cismas y divisiones.
Mauricio Macri anunció que no será candidato y Elisa Carrió dio otro portazo,
gesto que define como un método que sirve a los intereses de su sector.
"Pateo el tablero para ampliar". El domingo la jefa de Coalición tomó
distancia del expresidente y confesó que durante el gobierno de Cambiemos pudo
lograr algunas cosas y otras que no. Lo hizo con tono agrio, en la rutina que
compartió con Jorge Lanata. Reprimió en público la bronca hacia el
expresidente, con quien tuvo una discusión en la semana anterior sobre la
estrategia de Juntos por el Cambio. Macri, el lunes, en el diálogo con Joaquín
Morales Solá, hizo un anuncio clave: "No me veo como candidato". Es
la contribución más importante que se podía esperar de él para asegurar la
unidad de Juntos por el Cambio. Cualquier respuesta en contrario hubiera
precipitado una pelea, que la oposición ha evitado con el cuidado con que
expresan su amor los erizos: no discutir liderazgos. Era lo que hubieran
deseado en el oficialismo, que intenta sobre exhibirlo a Macri de la misma
forma en que él la sobre exhibía a Cristina. El gobierno cree que Macri hunde a
la oposición. Como Macri creía que Cristina hundía al peronismo. De eso ha
sacado lección el expresidente, que prometió limitar su tarea futura a apoyar a
los candidatos y dirigentes de su sector: promoverlos, auspiciarlos y hacerlos
ganar. Lo demás es literatura.
Lo más notable, el comentario elusivo sobre sus ministros
filo-peronistas (no los nombró), en quienes delegó negociaciones que ahora dice
que debió encarar él. Si alguien le pregunta qué quiso decir sobre Rogelio
Frigerio y Emilio Monzó, responde que ni ellos, ni él, no hubieran podido
lograr más que lo que lograron, porque en realidad era el peronismo el que
creía que podía “liberarse” de Cristina. Es un debate para las peñas literarias
que laten en el túnel del tiempo. El fenómeno de Cambiemos se benefició de una
división del peronismo desde 2009 que no provocó. Su derrota fue consecuencia
de la reunificación en 2019. ¿Qué podían hacer para impedirlo? Pasados los
hechos es plausible pensar que debió atender la oferta de 2016 de Miguel
Pichetto de un “pacto del bicentenario” que promovía con Ernesto Sanz. No le
dieron nada hasta que lo llamaron cuando era tarde. Esa desatención de alguna
asociación con algún peronismo fue una señal clara para aquella oposición, que
podía preguntarse: ¿si voy para alla me van a tratar como a Massa y a Pichetto?
También es una quimera pensar que eso iba a cambiar la tendencia del voto. O
que era imaginable alguna relación clientelar de repago por lo bien que les fue
a los gobernadores del peronismo negociando con Cambiemos. Uno de los factores
fue que mantuvo la unidad interna del espacio sin fugas que podría haberlo
divida mucho más. Hay que evitar las interpretaciones voluntaristas en
política, una actividad hecha más de necesidades colectivas que de impulsos
individuales. La realidad política se agota en lo fenoménico y Cambiemos dio en
aquellos años todo lo que podían dar los fierros. La prueba es que Cambiemos
aumentó sus votantes entre 2015 y 2019.
En un hombre de diván como él hay que buscar los
desplazamientos de sentido: anunció que no será candidato, que es lo que le
había pedido Monzó en público hace dos semanas. Ahora le hace caso, le
mostraron un siete de espadas y él tira un cuatro de copas por lo menos. La
invitación a no pelear centralidad en la oposición la justificaron en razones
de sentido común. Macri valió siempre si era candidato para ganar. ¿Cómo
volvería él? ¿Como un vice de escenografía? ¿Acaso volvió Cristina? Siempre
Macri se inspiró en la carrera del español José María Aznar, que gobernó dos
mandatos y cuando se retiró prometió que nunca más sería candidato. Liberó a su
formación de su peso de jarrón chino, y permitió que su partido tuviera otros
dos mandatos con Mariano Rajoy. Se fue para que su sector creciese. Nada
trascendente hablando en votos porque Monzó y Frigerio están en sus casas y
reciben saludos, porque esa frase resbaladiza de Macri es injusta con la tarea
que hicieron. Frigerio era el verdadero jefe de gabinete, porque administraba
obras públicas, las relaciones con los gobernadores – eran las dos grandes
cajas - y los asuntos políticos. Era un superministro, más que Marcos Peña, que
actuaba más como consigliere en la oreja presidencial. Monzó formó parte de un
cuarteto con Mario Negri, Elisa Carrió y Nicolás Massot que hizo maravillas
legislativas. Tampoco Monzó ni Frigerio tienen territorio, ni partido propio.
Llevan una marca en el orillo que nunca aceptó Macri: su fascinación por la figura
de Sergio Massa, a quien quisieron siempre de socio, en 2015, 2017 y 2019. Una
herejía política para la cúpula de Cambiemos.
Carrió endureció en las últimas semanas la relación con
Macri por diferencias de estrategia. Cree que la oposición no debe confrontar
con violencia con un presidente débil como Alberto Fernández. "Siempre fue
una ficción. ¿Qué vamos a hacer si renuncia y viene Cristina? ¿Nos vamos a
agarrar la cabeza y vamos a decir mirá lo que hicimos? ¿No le han visto el
aspecto de salud que tiene el presidente?". En la visión de Carrió hay un
futuro cercano de sangre, y evoca el escenario de 2001 “yo vi cómo el peronismo
buscaba sangre. Hay sectores que quieren ahora lo mismo. Hay que pacificar. No
queremos un Estado fallido”. De esto se han dado cuenta los gobernadores,
también del peronismo, y por eso salieron a apoyarlo a Fernández. El mejor
destino que tiene el presidente es que lo apoye una liga de gobernadores
moderados. El reproche a Macri, más allá de algún destrato que los días van a
reparar, es que avala al sector rompedor de la oposición. Ese papel lo
personaliza en Patricia Bullrich y sus gestos de subirse al banderazo. Evocan
al Mahatma Gandhi: él decía ya se van a caer, hagamos desobediencia civil. “En
la Argentina hay una diferencia entre la sociedad y el gobierno, ¿para qué
meternos nosotros en el medio? Que esas diferencia se despachen entre ellos. No
hay que poner al partido en el medio.”, dice Lilita. Esta agenda moderada es la
que la distancia de la cúpula macrista, que cree que puede ser funcional a la
intención de Cristina de tumbarlo a Alberto. Ve que algunos extremos se tocan,
entre dos damas con formato de peronismo setentista, que creyeron siempre que
cuanto peor, mejor, y no miden el efecto de sus actos en la estabilidad
institucional. “Una es Trump y la otra Venezuela, y yo no quiero ni a Trump ni
a Venezuela”. ¿Portazo? Doy portazos, pateo el tablero para hacer crecer
nuestro espacio, como lo hice cuando me levanté con la carterita del acto con
Pino Solanas, y me fui de aquella sociedad. De eso nació Cambiemos. No basta
con el 40% que tenemos, para gobernar necesitamos el 60%, tenemos que ir hacia
eso”, dice cuando recuerda aquel episodio de agosto de 2014 que ella cerró
comiendo pizza en Los Inmortales.
Con Macri ella conserva la necesidad de alguna relación.
Mandó a su delfín Maxi Ferraro a mantener reuniones todo el lunes que siguió a
su aparición en Canal 13, a explicarle a los dirigentes y gobernadores de
Juntos por el Cambio que ella sólo tiene una diferencia estratégica. Si alguien
le preguntara detalles de esa estrategia, respondería: la estrategia yo no la
revelo a nadie. “Puedo equivocarme en muchas cosas, pero no en la estrategia.
Que vean mis actos. Dirigí la guerra del cambio, pero yo sacaba a la gente de
las rutas para que no hubiera muertos. ¿Me vieron alguna vez en el acto de
Palermo del campo, en el corralito de los políticos? Estaba atrás, cuidando.
Porque un muerto es la tragedia, y no importa de qué bando es.” También mandó,
por un intermediario, un mensaje al expresidente: yo te dije que eran unos
traidores. Ella tiene viejas inquinas con Monzó, a quien le atribuye haber sido
el único presidente de la cámara que le quitó el uso de la palabra. También
sospecha que ese sector tiene una relación especial con Massa, a quien le
atribuye actos que despiertan en ella lo que llama "el asco moral".
Late alguna disidencia con Horacio Rodríguez Larreta, que auspicia en su
administración de la CABA a nombres malditos para ellos dos, como los de los
exministros filo-peronistas o Martin Lousteau. Le toleran todo por su condición
de NBI (es como llama el Indec a quienes tienen las Necesidades Básicas
Insatisfechas): gobierna el único distrito del Pro, tiene gran prestigio en las
encuestas, es proto candidato indiscutido a presidente por este sector en 2023,
y es blanco de los ataques más furibundos del peronismo. ¿Cómo no va a tratar
Larreta de subirlos a todos a su arca de Noe?
Difícil sacar alguna claridad de la locuacidad que gana,
como otra pandemia, a las estrellas de la política. Una ilusión encontrar ahí
alguna afirmación que vaya más allá de la retórica, entre banderazos y tribunas
virtuales. A los políticos no hay que creerles lo que dicen sino ver y entender
lo que hacen. Una declaración importa, en todo caso, si no es una declaración
metafórica, como lo son las fórmulas de campaña, que Alejandro Dolina describió
como "mentiras dichas con sinceridad" (El seductor, tango 1996). Es
significativa si lo dicho es un acto del habla que encierra un acto de la
conducta. El anuncio de Macri de que no será candidato no es una declaración,
es un acto político. Las diferencias que mostró Lilita con el espacio tampoco
son declaraciones. Son actos políticos. Como el que siguió a su reaparición en
el tuit en donde se plegó a la táctica de sepultar las peleas de liderazgo:
"No soy líder, no quiero serlo, solo soy una persona responsable de hace
muchos años, por lo que nos ocurre y poniendo el cuerpo. Pero no voy a ser
cómplice de una vida humana perdida en este proceso".
Semana corta pero intensa para los protagonistas, apurados ya por el turno electoral que se viene encima. El peronismo desentierra símbolos y mitología que había sepultado, seguramente para llamar a la militancia a darle alguna legitimidad al dedazo inminente para la nueva cúpula del PJ. Alberto tiene hasta el 15 de noviembre para presentar la lista de los 75 integrantes de la mesa directiva La prueba de esa inquietud por mover al personal la dio el acto del sábado por el 17, en que hubo competencia por ocupar los espacios, entre el ala política que estuvo ayer en la CGT y manifestaciones emergentes como el Peronismo Republicano Federal de Miguel Pichetto, con movimientos acotados, porque no cuenta con las liberalidades del oficialismo para hacer reuniones presenciales, aunque sea en un balcón. Intentó competir con un manifiesto que tituló “El peronismo, 75 años y una larga marcha” que firmó él solo. También hubo puja por ocupar espacio en el padrón del gremialismo, entre Hugo Moyano – caravana -, la CGT oficial – acto con Alberto - y la Azul y Blanca de Luis Barrionuevo. Esta CGT-62 Organizaciones, adelantó el acto al viernes y dio un comunicado que menciona sólo tres nombres: Perón, Balbín y Francisco. Ni Menem ni los Kirchner, ni Fernández. El documento de Pichetto reivindicó la virtud de Perón de “aceptar la mano de los anteriores adversarios”, críticó a los “simuladores”, el “entrismo” y el pobrismo. También descalificó al gobierno como peronista: “se sostiene que gobierna el peronismo, pero nosotros sabemos que no es así”. La ambulancia a full con la licuadora llamando a heridos girando su luz roja y a toda sirena. También hubo multitud en la reunión del Consejo provincial del PJ Buenos Aires, que sesionó el martes con una altísima concurrencia, más de un centenar de presidentes locales de los municipios del distrito. Todos explicaron sus actos de ayer ante Gustavo Menéndez, mandamás provincial y del invitado especial, José Luis Gioja, presidente nacional. Los convoca el desafío de la oposición, que presume de ocupar la calle, pero más la ansiedad por los plazos que se agotan para el armado de las elecciones que vienen. Una sobredosis de pejotismo para el paladar cristinista. Se juegan mucho si nadie retoca la ley provincial que limita las reelecciones. Pone nervio a los que se pueden ir, pero también a quienes afilan los cuchillos para ocupar sus cargos en 2023. Si nadie suspende la vigencia de esa norma acordada por Vidal, Massa y un sector del cristinismo, puede producirse una renovación biológica en el poder provincial, no sólo del peronismo. Estas situaciones darwinianas son oportunidades de cambio que no abundan en la historia, y es comprensible que exciten tanto la ambición de poder.