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Miércoles 10 de febrero de 2021
La ilusión de todo un pueblo antes del partido con River (Defensores de Pronunciamiento)
Depro

Así se vive la previa del encuentro entre el los de Gallardo y Defensores de Pronunciamiento. Recuerdos del fútbol infantil, historias de sacrificio y emoción total: “El resultado no importa. Ellos son ganadores desde cuando salieron desde acá”, dicen en la localidad de 2500 habitantes.

Todas las mamás como Marisol deberían vivir lo que está viviendo hoy: su hijo, Kevin Tournour, defensor de Defensores de Pronunciamiento, del Torneo Argentino A, está a horas de entrar a la cancha de Banfield, para enfrentar a River. Ella dice que cuando prenda la tele y lo vea, va a recordar muchas cosas. Algunas de esas cosas son el primer día que lo llevó a fútbol, con 4 años. O la tarde que lo acompañó a probarse a Independiente. O la plata que le regaló de su sueldo como empleada municipal para que pudiera comprarse los botines Nike que usará esta noche.

“Una lástima no poder ir a alentarlo”, dice Marisol en tono de lamento. Pero se le pasa rápido. Alejandro es la pareja de Marisol, y empleador de Kevin, que atiende un kiosco. “El resultado no importa. Ellos son ganadores desde cuando salieron desde acá. Una pena que siendo un pueblo podríamos haber ido todos a un estadio así y estar con la distancia social correspondiente”, opina.

Ayer a primera hora de la mañana el plantel subió al micro y fue acompañado hasta la ruta por hinchas, familiares, directivos y hasta los bomberos. Pronunciamiento es un pueblo de 2500 habitantes. Futbolísticamente hablando, hoy es el día más importante de su historia. Y se nota: hay camisetas en los frentes de los locales, banderas en las fachadas de las casas y generaciones de abuelos, hijos y nietos vestidos de azul y rojo, a la espera del partido.

Tobías es hermano de Kevin. Él estaba en el plantel cuando hace un poco más de un año el fixture, o el destino, o qué, quiso que a Pronunciamiento le tocara River de rival. Se iba a jugar en Salta y los hinchas y familiares tenían todo listo para viajar. Había cinco colectivos, algunas camionetas y un par de autos preparados. “Tres cuarto de pueblo iba a viajar”, calcula Luis Sandoval, ex intendente del pueblo y ex presidente del club. Pero la pandemia pospuso el encuentro. Tobías abandonó el fútbol hace tres meses. Prefirió dedicarse de lleno a la albañilería, sin saber que el partido de sus sueños se reprogramaría tan rápido. Se lo pierde. Aunque tiene un consuelo suficiente: “Con que mi hermano lo disfrute, a mi me alcanza. Toda la vida voy a recordar la alegría del día que nos enteramos que nos había tocado con River. Piel de gallina…”.

De la otra vereda, después de pasar el Renault 6 estacionado de Alejandro, viven los Larroza. Graciela y Roberto son los padres de Lucas, otro jugador del equipo. Sus ojos hablan solos. Una mezcla de orgullo, de felicidad, y de todo eso junto que sienten los padres por un hijo que cumple un sueño. Roberto se emociona al recordar el día del fixture de la Copa Argentina. Su papá, o sea el abuelo de Lucas, que ya no está, le había dicho que les iba a tocar con River o con Boca. Y ese día, él entró a su casa, encendió la tele, y cuando salió el sobre de River, el corazón le latió. Pero al ver el escudo del Depro, como le dicen al equipo, se largó a llorar. Estaba solo. “Nosotros siempre estuvimos con Lucas y nuestro otro hijo, que jugó hasta hace poco”, cuenta. “Por ahí le toque estar en el banco de suplentes, pero yo le dije que lo disfrute. Y si pierden, no es nada. El resultado es decorativo para todo el pueblo. Lo única esperanza es que River tenga un partido malísimo y nosotros el mejor de nuestra historia…”.

Graciela comienza a hablar pero se queda muda: en el televisor aparece la publicidad del partido. Lo que está pasando en el pueblo se parece a un cuento de Alejandro Dolina o Eduardo Sacheri. Ahora sí, Graciela sigue. Dice que hoy le mandó un mensaje a su hijo, pero que intenta molestarlo lo menos posible. “Es de pocas palabras. Pero yo feliz de verlo disfrutar del hotel, de caminar por Puerto Madero, el Obelisco. Ayer en la despedida que le hicimos me largué a llorar. Él es duro. Pero sus ojitos lo decían todo. Está en un sueño. Y a los partidos hay que jugarlos”.

Priscila muestra recortes de diarios locales. En las fotos, su pareja aparece jugando un partido contra Talleres de Córdoba, por otra Copa Argentina, y festejando un torneo provincial. Pero hoy es un día tan distinto al resto de sus vidas. Hasta recibió a su mamá y a su hermana. Viajaron desde Concordia para acompañarla durante el partido. Como no quieren cocinar, van a hacer una picada. Alejandro Rizzo, el cinco del equipo, es su marido y padre de sus dos hijas. Priscila cuenta que lo notó nervioso en los últimos días. Que le costaba dormir, que hablaba poco, que comía menos. Y que le dijo: “disfrutá la experiencia, que va a ser única. El resultado es secundario. Jugar un partido así ya es un premio para vos y los muchachos”.

En estas semanas, cada vez que salían juntos a hacer las compras, todos los comentarios tenían que ver con lo mismo. “Le tienen que ganar a River”, le pedían. Alejandro respondía “¿no será mucho lo que piden?”. Durante la pandemia, Priscila vio a Alejandro haciendo circuitos en el patio de su casa. Lo vio correr vueltas y vueltas sin poder salir de su casa. Y en estos días es como si lo volviera a ver trabajando de ambulanciero, o cobrando solo los viáticos para jugar al fútbol. “La vida de ellos no es fácil. Por eso, para nosotras Alejandro y sus compañeros son tan o más grandes que los jugadores de River”, jura.

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