Así se
vive la previa del encuentro entre el los de Gallardo y Defensores de
Pronunciamiento. Recuerdos del fútbol infantil, historias de sacrificio y
emoción total: “El resultado no importa. Ellos son ganadores desde cuando
salieron desde acá”, dicen en la localidad de 2500 habitantes.
Todas las
mamás como Marisol deberían vivir lo que está viviendo hoy: su hijo, Kevin
Tournour, defensor de Defensores de Pronunciamiento, del Torneo Argentino A,
está a horas de entrar a la cancha de Banfield, para enfrentar a River. Ella
dice que cuando prenda la tele y lo vea, va a recordar muchas cosas. Algunas de
esas cosas son el primer día que lo llevó a fútbol, con 4 años. O la tarde que
lo acompañó a probarse a Independiente. O la plata que le regaló de su sueldo
como empleada municipal para que pudiera comprarse los botines Nike que usará
esta noche.
“Una
lástima no poder ir a alentarlo”, dice Marisol en tono de lamento. Pero se le
pasa rápido. Alejandro es la pareja de Marisol, y empleador de Kevin, que
atiende un kiosco. “El resultado no importa. Ellos son ganadores desde cuando
salieron desde acá. Una pena que siendo un pueblo podríamos haber ido todos a
un estadio así y estar con la distancia social correspondiente”, opina.
Ayer a
primera hora de la mañana el plantel subió al micro y fue acompañado hasta la
ruta por hinchas, familiares, directivos y hasta los bomberos. Pronunciamiento
es un pueblo de 2500 habitantes. Futbolísticamente hablando, hoy es el día más
importante de su historia. Y se nota: hay camisetas en los frentes de los
locales, banderas en las fachadas de las casas y generaciones de abuelos, hijos
y nietos vestidos de azul y rojo, a la espera del partido.
Tobías es
hermano de Kevin. Él estaba en el plantel cuando hace un poco más de un año el
fixture, o el destino, o qué, quiso que a Pronunciamiento le tocara River de
rival. Se iba a jugar en Salta y los hinchas y familiares tenían todo listo
para viajar. Había cinco colectivos, algunas camionetas y un par de autos
preparados. “Tres cuarto de pueblo iba a viajar”, calcula Luis Sandoval, ex
intendente del pueblo y ex presidente del club. Pero la pandemia pospuso el
encuentro. Tobías abandonó el fútbol hace tres meses. Prefirió dedicarse de
lleno a la albañilería, sin saber que el partido de sus sueños se reprogramaría
tan rápido. Se lo pierde. Aunque tiene un consuelo suficiente: “Con que mi
hermano lo disfrute, a mi me alcanza. Toda la vida voy a recordar la alegría
del día que nos enteramos que nos había tocado con River. Piel de gallina…”.
De la
otra vereda, después de pasar el Renault 6 estacionado de Alejandro, viven los
Larroza. Graciela y Roberto son los padres de Lucas, otro jugador del equipo.
Sus ojos hablan solos. Una mezcla de orgullo, de felicidad, y de todo eso junto
que sienten los padres por un hijo que cumple un sueño. Roberto se emociona al
recordar el día del fixture de la Copa Argentina. Su papá, o sea el abuelo de
Lucas, que ya no está, le había dicho que les iba a tocar con River o con Boca.
Y ese día, él entró a su casa, encendió la tele, y cuando salió el sobre de
River, el corazón le latió. Pero al ver el escudo del Depro, como le dicen al
equipo, se largó a llorar. Estaba solo. “Nosotros siempre estuvimos con Lucas y
nuestro otro hijo, que jugó hasta hace poco”, cuenta. “Por ahí le toque estar
en el banco de suplentes, pero yo le dije que lo disfrute. Y si pierden, no es
nada. El resultado es decorativo para todo el pueblo. Lo única esperanza es que
River tenga un partido malísimo y nosotros el mejor de nuestra historia…”.
Graciela
comienza a hablar pero se queda muda: en el televisor aparece la publicidad del
partido. Lo que está pasando en el pueblo se parece a un cuento de Alejandro
Dolina o Eduardo Sacheri. Ahora sí, Graciela sigue. Dice que hoy le mandó un
mensaje a su hijo, pero que intenta molestarlo lo menos posible. “Es de pocas
palabras. Pero yo feliz de verlo disfrutar del hotel, de caminar por Puerto
Madero, el Obelisco. Ayer en la despedida que le hicimos me largué a llorar. Él
es duro. Pero sus ojitos lo decían todo. Está en un sueño. Y a los partidos hay
que jugarlos”.
Priscila
muestra recortes de diarios locales. En las fotos, su pareja aparece jugando un
partido contra Talleres de Córdoba, por otra Copa Argentina, y festejando un
torneo provincial. Pero hoy es un día tan distinto al resto de sus vidas. Hasta
recibió a su mamá y a su hermana. Viajaron desde Concordia para acompañarla
durante el partido. Como no quieren cocinar, van a hacer una picada. Alejandro
Rizzo, el cinco del equipo, es su marido y padre de sus dos hijas. Priscila
cuenta que lo notó nervioso en los últimos días. Que le costaba dormir, que
hablaba poco, que comía menos. Y que le dijo: “disfrutá la experiencia, que va
a ser única. El resultado es secundario. Jugar un partido así ya es un premio
para vos y los muchachos”.
En estas semanas, cada vez que salían juntos a hacer las compras, todos los comentarios tenían que ver con lo mismo. “Le tienen que ganar a River”, le pedían. Alejandro respondía “¿no será mucho lo que piden?”. Durante la pandemia, Priscila vio a Alejandro haciendo circuitos en el patio de su casa. Lo vio correr vueltas y vueltas sin poder salir de su casa. Y en estos días es como si lo volviera a ver trabajando de ambulanciero, o cobrando solo los viáticos para jugar al fútbol. “La vida de ellos no es fácil. Por eso, para nosotras Alejandro y sus compañeros son tan o más grandes que los jugadores de River”, jura.