Pacho O´Donnell (*)
La invisibilidad del Congreso de Oriente, reunido en
Concepción del Uruguay a partir del 29 de junio de 1815, es fruto del aparato
ideológico de la historia oficial, liberal y extranjerizante.
La historia oficial argentina, escrita por los vencedores de
las guerras civiles del siglo XIX, los unitarios liberales, centralistas,
extranjerizantes y porteñistas, es un aparato ideológico para justificar su
proyecto de organización nacional. Esa direccionalidad politizada hace que sean
muchos los aspectos deformados que merecen ser revisados.
El denominado Congreso de los Pueblos Libres también
conocido como Congreso de Oriente, reunido a partir del 29 de junio de 1815 en
la ciudad de Concepción del Uruguay, provincia de Entre Ríos, constituyó un
acontecimiento de gran importancia histórica, debiendo ser considerado como la
primera declaración de independencia del Río de la Plata.
Reivindicar el congreso entrerriano convocado por el caudillo
oriental José Gervasio Artigas no supone devaluar el del 9 de julio en Tucumán
ya que a ojos vistas son complementarios pues el primero reunió a las
provincias andinas, las cuyanas, las del nororeste y las altoperuanas, a las
que se sumó Buenos Aires luego del fracaso de su intención de organizarlo en su
territorio. En cambio, el de Concepción del Uruguay convocó a las provincias
litorales: la Banda Oriental, las misiones, Corrientes, Entre Ríos y Santa Fe,
a las que se agregó una parte de Córdoba. Es evidente la pareja
representatividad de ambos.
Las reunidas en el Congreso de los Pueblos Libres eran
federalistas, razón por la cual nuestra historia oficial, escrita por sus vencedores, decidió
no reivindicarlo. La misma estrategia de condenar al ostracismo histórico al
Protector de los Pueblos Libres, Artigas, un prócer de dimensión rioplatense y
latinoamericana, suponiéndolo solo relevante dentro de los límites de la
memoria uruguaya.
Actas. Los que se oponen a reconocer esta declaración independentista argumentan que no hay actas que den pruebas
del mismo. Pero es de tener en cuenta que eran tiempos de guerra y de
comunicaciones por chasques, propensos a la pérdida o destrucción. Así sucedió
con las actas originales del Congreso de Tucumán, que fueron portadas hacia
Buenos Aires por el ayudante mayor del Regimiento 8, Cayetano Grimau, quien fue
asaltado en el camino y despojado de su encomienda, que nunca fue encontrada.
Pudieron ser reconstruidas por una providencial copia en manos del secretario
Serrano. Además, en Concepción del Uruguay los participantes tenían una
identidad más popular, gauchesca y originaria, y eran poco propensos a los
actos formales, con la concurrencia de muy escasos hombres de leyes.
Otro argumento cuestionador es que en la correspondencia de
Artigas de esos días no hay referencia a la declaración independentista. El
motivo de ello es que la acuciante preocupación del caudillo en aquellos días
era lograr un acuerdo con Buenos Aires para fortalecerse ante la inminente
invasión del imperio portugués desde Brasil. De allí que sus menciones se
refirieran a la constitución de una delegación que saliera del Congreso para
una mediación, de antemano condenada al fracaso pues el deseo de los políticos
porteños era la destrucción de Artigas.
1810. Por otra parte, el oriental y sus seguidores no
necesitaban declarar la independencia pues no dudaban de que esa había sido la
intención de la insurrección de mayo de 1810, como lo evidenciaron las
Instrucciones para la Asamblea del Año XIII, en las que, ya en su
encabezamiento, antes del articulado, se leía: ?Primeramente
pedirá la declaración
de la independencia absoluta de estas colonias, que ellas están absueltas de toda obligación
de fidelidad a la corona de España y familia
de los Borbones, y que toda conexión política entre ellas y el Estado de España
deber ser totalmente disuelta?.
Esta posición se afirmó en la memorable oración inaugural al
Congreso de Tres Cruces, celebrado tres años antes que el de Concepción del
Uruguay, donde el caudillo oriental expresó: ?La
soberanía particular de los pueblos será precisamente declarada y ostentada, como objeto único de nuestra revolución;
la unidad federal de todos los pueblos e independencia no solo de España sino de todo poder extranjero?.
Provincias. Si bien, como queda escrito, no era necesario
que Artigas y la Banda Oriental declararan lo que ya habían declarado, el
Congreso de los Pueblos Libres fue la oportunidad para que lo hicieran las
otras provincias federalistas, litorales.
Así, el Cabildo de Corrientes dejó sentadas las conclusiones
de los debates sostenidos en Concepción del Uruguay: ?Viéndose penetrado de la utilidad y necesidad de convenir,
consultando la beneficencia del pueblo, su representado, con las benéficas y liberales ideas con que el señor General (Artigas)
promueve la santa causa de los pueblos, para colocarlos en el goce pacífico de
sus primeros derechos, las cuales ni son opuestas al sistema esencial de la
América, ni distintas de las que se adoptaron en la primera época de la
instalación del gobierno provisorio de la capital de Buenos Aires, se resolvió
declarar la independencia bajo el sistema federativo y al General Don José de
Artigas por Protector?.
A su vez, las instrucciones que llevó el delegado
santafesino reproducían casi literalmente las enviadas en 1813 a la asamblea
reunida en Buenos Aires: ?1º
Pedirán la declaración
absoluta de la independencia de la Corona de España y
familia de los Borbones?. Pocas dudas quedan de que las
demás provincias habrán
propuesto y votado iniciativas similares ya que la declaración de la
independencia era un eje clave de la unión federal.
Elecciones. Otro de los aspectos notables del Congreso de
los Pueblos Libres que lo diferencian claramente del tucumano de 1816 es que,
mientras este fue conformado por delegados elegidos ?a
dedo? por las respectivas oligarquías dominantes en las provincias concurrentes, en el
entrerriano el sistema de elección de
representantes, en primera instancia para una asamblea en Montevideo, pero suspendida
esta se lo consideró válido para el Congreso de los Pueblos Libres, no difería
demasiado de la Ley Sáenz Peña sancionada un siglo más tarde. El reglamento enviado al Cabildo de
Montevideo era explícito: ?Los
ciudadanos de cada departamento concurrirán desde las nueve de la mañana hasta
las cinco y media de la tarde del día subsiguiente a la recepción de la orden
de esta data, a las casas que indiquen los respectivos presidentes, a nombrar
tres electores correspondientes a su distrito. El voto irá bajo una cubierta
cerrada y sellada, y el sobre en blanco. En la mesa del presidente firmará todo
sufragante su nombre en el sobrescrito, que también se rubricará por aquél, y
un escribano que debe serle asociado. El escribano numerará y anotará los
papeles entregados por los votantes echándolos en una caja, que concluida la
hora se conducirá cerrada al Muy Ilustre Cabildo, el cual abrirá las cuatro
sucesivamente, y cotejando en cada una los votos con la numeración y anotación
procederá al escrutinio. (?) Se pondrá
muy particular esmero en que todo se verifique con la mayor sencillez posible,
cuidando que el resultado sea simplemente la voluntad general.
Lo admirable es que en aquellos tiempos el sufragio
universal era una novedad absoluta en todo el planeta.
Temas. Otra diferencia es que, mientras en Tucumán los
debates estuvieron centrados en la forma de gobierno, consensuándose que la
monarquía constitucional era la mejor, fuese con soberano europeo o americano,
también en cómo negociar, no oponerse, con el invasor luso brasileño que
acababa de irrumpir en la Banda Oriental, en Concepción del Uruguay se trató la
política agraria y el comercio interprovincial y con el extranjero. Se resolvió
que se confeccionara un reglamento para el fomento de la campaña, poblada por
inmensos latifundios que despoblaban y no explotaban las feraces pampas
litorales.
El mismo, aprobado el 10 de septiembre de 1815, constituyó
la primera reforma agraria de Latinoamérica. Consistía en la confiscación de
propiedades de ?malos europeos y peores
americanos?, adversarios de la revolución patriota, para distribuirlas y así
ser leales con las bases populares que constituían
la fuerza del artiguismo. En su artículo 6º podía leerse que ?los más infelices serán los más privilegiados. En consecuencia,
los negros libres, los zambos de esta clase, los indios y los criollos pobres,
todos podrán ser agraciados con suertes de estancia?.
El artículo
7º establecía
que ?serán
igualmente agraciadas las viudas pobres si tuvieran hijos. Serán igualmente preferidos los casados a los americanos solteros,
y estos a cualquier extranjero.
Tucumán. Cuando Artigas tomó conocimiento de la Declaración
de Independencia en San Miguel de Tucumán el 9 de julio de 1816, escribió al
director supremo en Buenos Aires, Juan Martín de Pueyrredón, el 24 de ese mes: ?Ha más de un año
que la Banda Oriental enarboló su
estandarte tricolor y juró su independencia absoluta y
respectiva. Lo hará V.E. presente al Soberano
Congreso para su Superior conocimiento.
El hecho de que ninguna de las provincias que asistieron al
Congreso de Oriente o al de los Pueblos Libres concurriera al de Tucumán es
evidencia de que ya consideraban cumplido el trámite independentista. Por otra parte, eran las que propugnaban una
organización y Constitución federal, republicana, popular y americanista, lo
que no coincidía, salvo excepciones, con las concurrentes a Tucumán.
La presencia de los delegados porteños en esta tampoco era
un aliciente ya que la Liga Federal de los Pueblos Libres se encontraba en
guerra con el puerto y no ignoraba que la invasión portuguesa desde el Brasil
era alentada desde allí.
Es ya hora de que nuestra historia liberal y porteñista,
negadora del federalismo y sus manifestaciones históricas, no solo acepte la importancia
del Congreso de 1815 sino, al menos, abra el debate sobre un tema de tanta
importancia.
*Escritor e historiador.