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Domingo 05 de diciembre de 2021
Mauricio Dayub: el día que dejó de pintar casas y de vender en colectivos y el viaje a Yugoslavia que le cambió la vida (actor entrerriano)
mauricio dayub

Antes de entrar a la sala de su teatro en Nicaragua 5565 hay un ayuda-memoria que le refresca que llegar a viejo es una lotería. "Leandro Regúnaga", se lee en una placa blanca de letras negras.

El homenaje se lo hizo al actor correntino que murió por un aneurisma en 1999, a los 41 años. Uno es también su equipaje de muertos y su forma de cargarlo, y en las valijas de Mauricio está ese amigo de los orígenes artísticos que un día se sintió mal después de grabar en Pol-ka y al otro ya no estaba.

En minutos, cuando empiece la función, otros que ya no están saldrán como de maletas, fantasmagóricos, tíos, la abuela Giuseppina y más, en una experiencia que estrangula fibras y termina con los barbijos empapados.

Mauricio Dayub es el hombre que resucita seres queridos en formato teatral y el que hizo de viejos dolores familiares un emprendimiento exorcizador a punto de exportar a Italia, España e Israel.

También es el que conoció a su padre a los 18 años. No es que no haya compartido una vida anterior, pero cuenta que entendió la esencia de ese hombre recién con un gesto, cuando su papá lo invitó a su trabajo como vendedor de Gancia. El hombre le entregó un portafolio, lo llevó a visitar clientes en gira y le pidió observación.

"De acá no nos podemos ir sin vender 500 cajas", le anticipó a su hijo, y usó media hora de su jornada para hablar de fútbol y bueyes perdidos y hasta para apreciar las libretas de calificaciones de los hijos del cliente. Parecía una venta perdida, pura socialización, pero sobre el final el comprador remarcó: "500 cajas, entonces".

Don Dayub le estaba pasando el ingrediente más importante, el ABC de la venta de cualquier producto o servicio: no tratar al consumidor como un cuerpo borroso, impersonal. Hágalo sentir un ser humano.

En enero cumplirá 19 años desde la primera vez que abrió las puertas de su "empresita" de lo abstracto, el Chacarerean, un subibaja económico como el país. Semanas antes del corralito, a fines de 2001, cuando intentaba una extracción bancaria y vio al banco venido abajo, con empleados que se pedían prestadas las lapiceras, una corazonada le permitió sacar los ahorros de una vida e invertirlos en lo que su entorno llamaba "una locura", un teatro en el barrio de Palermo.

"La gente va al teatro si el teatro está en la Avenida Corrientes, pibe", le repetían como mantra los "expertos" de mercado, como si salirse del libreto al emprender no fuera también un juego en el que la ecuación riesgo/adrenalina forman parte de una "ganancia".

"Yo venía de temporada en la calle Corrientes y cada vez que iba estaba todo cortado por las marchas. Esa sensación de que la Argentina se terminaba. Dije: 'Voy a buscar un lugar cerca de casa para ensayar y hacer mi vida, y si se cae todo, que me encuentre haciendo lo que me gusta", recuerda Dayub, que le contó la idea a Gabriel Goity durante el Festival de Miami: quería montar en un lugar propio su obra Adentro.

Estaban en un taxi, empezaron a jugar a bordo como en monólogos, y el "Puma" le dijo lo mismo que dice cualquiera en el altar: "Sí, quiero". El actor al que también convocan para dar charlas a emprendedores.

"Empecé a buscar galpones. Señé al de al lado y al mes no me lo quisieron alquilar porque éramos actores", se ríe Mauricio. "Un día, medio desesperado, vi por el buzón de las cartas que este galpón tenía las mismas medidas del que no habían querido alquilarme. Empecé a averiguar de quién era, un raid hasta dar con la inmobiliaria, le hice una oferta al propietario para destrabar el conflicto con los anteriores inquilinos y adelantarle seis meses para que confiara".

Se trataba de una ex carpintería. Había que abstraerse del viejo aserrín desperdigado y de las paredes azul cielo, y apelar a la escoba, al taladro, a la amoladora. "¿Qué nombre le vamos a poner", preguntó el grupo de socios, y Mauricio ya tenía en la cabeza una palabra como de "spanglish": "A la gente de Palermo le gustaba que el nombre fuera de acá, pero pareciera de afuera. Yo salía a la calle y me paraban los turistas. '¿Palermo Hollywood?'. Les respondía 'acá", y me miraban como diciendo: '¿Y qué es lo Hollywood?'. Esa idea quise plasmar con Chacarerean".

Con Goity, otros dos socios -Luis Sartor y Martín Cortés- se sumaron a esa usina de obritas que en principio combinaba también la gastronomía. Un amigo de la infancia en la portería, las familias colaborando. Si era necesario, Mauricio se ponía a fregar pisos, baños. Abrieron en enero de 2003.

"Jamas recuperamos la plata, porque cuando empezamos a tener ingresos ya hubo que renovar lo que envejecía, el aire acondicionado, la pintura. Lo positivo fue que durante años no tuvimos que poner dinero para hacer lo que queríamos. Y eso fue mi escuela también, me ha terminado de formar: iluminación, escenografía, escritura". 

"Recuerdo esa charla en el taxi más caro del mundo. Yo soy un nabo para todas esas cuestiones empresariales, pero: ¿Cómo iba a dejar a un amigo en esa?", pregunta y se responde Goity "hermano" del actor, una categoría "más arriba que amigo, familia elegida", quien se acercó a él cuando Dayub lo recomendó para la obra Compañero del alma, de Villanueva Cosse y Adriana Genta, en 1988, en el Teatro La Campaña.

Las horas compartidas también en las tablas del San Martín, en Sueño de una noche de verano, empezaron a mostrarles una misma sintonía. "Es un romántico. Me terminó de definir quién era por un hecho puntual en una cooperativa teatral con 15 personas".

"Deliberábamos si hacer función para dos espectadores. Algunos teorizaban que no se podía subir a escena sin la misma cantidad de actores que de espectadores. Pero él se plantó: 'Yo hago esto porque me emociona. Si viene un solo tipo le pregunto si no le molesta ser el único y actúo'. Ahí yo dije, 'me caso con este tipo. Lo sigo hasta el final del mundo'. Como él, yo empecé a vivir de esto de grande, laburaba de otra cosa, nos movía la vocación. Todo lo que imaginó lo cumplió, se volvió el líder absoluto del Chacarerean. El negocio para nosotros pasa por no pensar en un negocio".

Ahora que Dayub suele ser contratado por empresas para orientar a emprendedores, revuelve en la experiencia y trae a su antiguo "yo", un vendedor de agendas a bordo del colectivo 132. "En mis charlas trato de revelarles algo que descubrí: cuando llega el éxito, cuando todos coinciden que valés la pena, uno es el mismo que cuando no le interesaba a nadie. Por eso es muy importante el comienzo, la formación".

Del pintor de brocha gorda al artista ?

Una esquina porteña concentra gran parte del recuerdo de la construcción laboral de ese vendedor de agendas devenido en vendedor de historias. Rivadavia y Cucha Cucha representa el punto de inicio de aquel obrero que subía a la línea 132 a cantar su producto.

"Señores pasajeros, tengan ustedes muy buenos días. Desde una de las editoriales más importantes, vengo a presentar, como oferta especial, la Agenda Perpetua 1983, con su tapa y contratapa totalmente plastificadas", monologaba a bordo sin respirar.

"La misma será entregada con un block de papel obra, y un bolígrafo, retráctil, tinta azul documental con cartuchos intercambiables. Como dije que se trataba de una oferta especial, les haré entrega de un mazo de naipes españoles".

"Me inhibía que en un colectivo me viera un productor. Por eso elegía esa numeración de Rivadavia, no quería que me vieran en el centro", evoca. "Incluso cuando fui boletero del teatro Planeta, armaban los elencos, necesitaban a un tipo y no se les ocurría que yo podía ser. Esta ciudad si te ve haciendo una cosa, ya sos solo eso".

Cuando bajaba de los colectivos, el traqueteo no terminaba. Podía pintar departamentos, podía ganarse el pan como acomodador en salas. Desaforado. Así lo recuerdan varios compañeros de sus inicios y así se recuerda él. Una energía interminable que "los otros podían llegar a no entender".

También remarcan sus colegas que no hubo cambio de actitud entre este que es hipersolicitado por productores y aquel que golpeaba puertas de los canales postulándose para algún bolo. La táctica para que lo dejaran entrar: "La manito palmeando el hombro del señor de seguridad".

Nació un jueves, a las 7, en Paraná, entre Ríos. Era 28 de enero de 1960, atmósfera pesada, y el nombre lo había elegido una tía enamorada de un galán de telenovela llamado así. Cuarto de los cinco hijos de Paulina y Miguel, las ramas genealógicas rodeaban el Mediterráneo, una cruza de Oriente y Occidente: los Dayub eran de Siria.

Dayub en los setenta, en su primera visita a Buenos Aires Dayub en los setenta, en su primera visita a Buenos Aires Cuenta la leyenda familiar que la que sería su abuela paterna se sentó frente a un adivino que leía la borra del café y el hombre le vaticinó que en América encontraría a un tal "Antuniu". La mujer se embarcó hacia el semillero del mundo, se enamoró de un Antonio y echo raíces en la Argentina.

Por la rama materna, el amor resultó más complejo. El secreto familiar de los abuelos maternos impulsó a Mauricio a escribir El equilibrista, que desde hace tres temporadas cuerpea con dirección de César Brie. El boom de las localidades agotadas con él haciendo equilibrio en una cinta al ladito de los espectadores nació en la ex Yugoslavia.

Le debe a una bendita lluvia de días la interrupción de un rodaje que lo animó a escaparse a Italia. 1987. Ante el aguacero incesante, Juan Bautista Stagnaro había demorado la filmación de El camino del sur en una zona de la actual República de Macedonia, y Mauricio aprovechó para visitar la casa de su abuela y su madre, en Foggia, donde las verdades ocultas estallarían por el aire. Recibido por una parentela infinita, entre gritos, comida y secretos, Dayub no sabía que le estaban regalando la materia prima para una historia teatral.

Cincuenta y cinco años después de que su abuela subiera al barco rumbo a la Argentina, su tía abuela le develó el por qué de aquella drástica separación familiar -con una niña de por medio, la madre de Mauricio- motor de un silencio doloroso de uno y otro lado del océano.

Ese fue el gran nudo de El equilibrista, el "producto" que le abrirá las puertas a su actuación en Europa. Ahora Mauricio se ríe, pero la noche anterior, lloraba: en su hora de unipersonal hace alarde de la mueca, el remate tiempista y el movimiento del cuerpo buceando en uno y otro personaje, pero también de la angustia detrás de un árbol genealógico.

Dentro de su recurso preferido -la imaginación con poco, como una cola de perro para representar a un perro- hay un objeto que aniquila: un vestido floreado, al que él levanta como si estuviera levantando el cuerpo de su abuelita Giuseppina, nacida en Manfredonia, Foggia, y fallecida a los 101 años en Buenos Aires.

Es ella el disparador que hará que El equilibrista tenga agenda 2022 por ese pueblito italiano, además de Milán (y de Tel Aviv y Madrid). Piringundines, arroz y lento ascenso La ropa heredada, el triciclo, los juguetes. Como cuarto hijo, la atención de sus padres no era un lujo exclusivo. Ese rol en el clan lo ubicó en un lugar de "despabilo" que ahora, dice, le inculca a su hijo Rafael, de nueve años.

"El hecho de no contar tanto con el otro te ayuda mucho a estar siempre atento y a generarte la satisfacción. Nunca esperé nada de nadie, incluso como actor: si nadie me llamaba, escribía, producía. Fui haciendo todo un poco por la falta". Tenía 14 años la primera vez que visitó Buenos Aires. Todavía conserva la imagen que el fotógrafo de la Plaza San Martín reveló en su presencia.

El tío Paco lo llevó al Maipo, vieron Gasalla y Gasalla, y algo se movió en ese paranaense, que volvería a viajar, ya para mudarse a la Ciudad, a los 23. Esos primeros años laborales están colmados de reinvenciones, un día animaba fiestas infantiles y otro ofrecía trabajos de pintura. Podía matar el hambre con cualquier rubro, pero la sed tenía que ver con una sola dirección, el teatro.

Haciendo equilibrio en su obra teatral, El equilibrista Haciendo equilibrio en su obra teatral, El equilibrista El arribo definitivo se produjo el 24 de febrero 1983, después de animarse a dejar la carrera de Ciencias Económicas a pesar de la decepción de sus padres, que soñaban con una primera generación universitaria.

Era el cumpleaños de su madre, le pidió a su papá que lo llevara a la estación, y ya subido al colectivo aparecieron tres amigos disfrazados para despedirlo. "Yo representaba el deseo de todos ellos que no se animaban", deduce, y recuerda las dos valijas a bordo, una con su ropa, otra con el vestuario de Amarillo sol, el unipersonal con textos de Humberto Costantini que llevó al bar La peluquería de San Telmo.

"Vivía con mucho susto en una pensión en Constitución, frente a la CGT. Comía mucho arroz, estudiaba con Carlos Gandolfo y esperaba que alguien me invitara a su casa, porque me daba miedo volver solo. A la mañana se calmaba todo un poco, pero los que merodeaban la zona me hacían sentir miedo".

En aquel trance de piringundines se fue construyendo el remador que logró hasta un ACE de oro. Todavía recuerda el miedo al traspasar el oscuro y extenso pasillo que recorría hasta su habitación. En esa geografía se hizo amigo de un obrero que había perdido los dedos de una mano en pleno trabajo, y a quien ayudaba a lavar la ropa. "Mauricio estaba escribiendo su primera obra teatral y ya era un tipo especial.

Después estalló su talento y eso fue acompañado de su forma de ser", suma el actor Mario Pasik, compañero de soledades de camarín en 1996, en épocas de Como pan caliente, por El Trece, quien aporta al identikit. "Es muy buen bailarín de tango".

De niño, en Paraná, había jugado al básquet y había vivido aventuras del estilo excavar en un terreno baldío junto a su hermano Raúl y su amigo "El loco", con la fantasía de que un pozo los llevaría hacia la bóveda del banco de Entre Ríos.

El título de mejor compañero cuando estaba por recibirse de Perito Mercantil lo vivió con cierta culpa: pensaba que otros dos alumnos eran los verdaderos “buenos con todos”.

Mientras el director de la escuela le hablaba de la placa que le entregarían (más una medalla que el Presidente de la Cámara de Comercio le pondría en la solapa) sintió remordimiento y revivió el gran trauma de la infancia: a sus 9, en contramano con su bicicleta, había hecho chocar a una camioneta con dos autos estacionados.

No hubo heridos, pero Mauricio huyó, escondió su nave de dos ruedas en el garaje y se subió al techo a mirar las discusiones en cadena. Aquel día, cree, entendió la importancia de no ser "avestruz", con cabeza bajo la tierra, de responsabilizarse por los propios actos y de entender que nadie vive en una isla, "todo lo que uno hace, afecta a otros".

Ese efecto explota como un superpoder en un escenario. El "hermano" del Puma Goity. Socios teatrales y amigos desde hace más de 20 años. dayub y goity El "hermano" del Puma Goity. Socios teatrales y amigos desde hace más de 20 años.

Era boletero teatral y ganaba 120 dólares por mes cuando pidió una licencia para filmar en el país una película estadounidense clase B en la que iban a pagarle 100 dólares diarios, durante 13 días.

Con arma en mano, vestido como soldado, su personaje no hablaba, pero en cada escena peligraba su continuidad, asesinado por la necesidad del guión. "Cuando venía el director y explicaban las escenas de combate, yo me escondía atrás de un auto o donde fuera para que no me mataran y pudiera estirar los 13 días y llegar a los 1300 dólares", lanza la carcajada.

Acaba de recibir el Konex de Platino por "mejor unipersonal de la década". Con la foto de hoy, el camino parece haber sido recto, pero hubo tantas pendientes y curvas que todo eso estará plasmado en un libro de relatos que en días entregará a una editorial.

"Tuve la suerte de no distraerme buscando el éxito, de formarme y aprender sin mirar cómo hacer para dar en el blanco. Entendí que el tiro, finalmente, ni siquiera lo tira uno, se puede dar por elevación, el tiro que acierta puede salir por muchos lugares. Lo peor que uno puede hacer es estar buscando cómo acertar".

Desde hace 20 años está en pareja con la actriz Paula Siero, de bajísimo perfil. Un cruce en un programa de TV, una invitación a una milonga y un primer baile que provocó otros.

"¿Querés volver a la milonga?", invitó él al día siguiente, ella aceptó y hubo repregunta. "¿Esta tarde o en 20 días?".

Volvieron a fusionarse en un tango esa tarde y nunca más se separaron. Las relaciones de larga duración parecen ser ejes de su vida. Con TOC TOC, por ejemplo, fueron nueve años y 2.752 funciones.

Ese protagónico le valió el título de padrino de la Asociación Argentina de Síndrome de Tourette, entidad que difunde ese trastorno neurológico que se manifiesta en la infancia o en la adolescencia, no tiene cura y se caracteriza por tics motores y fónicos involuntarios.

Una publicidad junto a Tobías Elberger, un adolescente de 13 años con este trastorno, recorrió latinoamérica rogando empatía y no burlas.

Padre primerizo a los 52, confiesa que antes de la llegada de Rafael (nació en julio de 2012, por cesárea, 11 años después del comienzo de la relación con Siero y lo hizo ausentarse de la función de TOC TOC) pensaba que no le faltaba nada.

"No sabía que no tenía lo más importante". Ahora, cada vez que su hijo parte rumbo a la escuela, él lo saluda con dos palabras: "'Despabilado, eh'. Quiero que vaya atento por la vida, mirando".

A 35 años del primer sueldo artístico formal, su presente podría dejar pasmado al mismísimo San Cayetano. A su agenda de exportación y los estrenos en maratón se suman sus columnas semanales (relatos sobre bueyes perdidos, en Radio Metro FM 95.1) y la probable segunda temporada de Maradona, sueño Bendito (Amazon), la serie en la que encarna a Coco Villafañe.

"La primera vez que cobré en el San Martín, por Sueño de una noche de verano, me compré un buzo color patito. Me empecé a dar cuenta de que al levantarme no me dolía la panza".

-¿Ese fue el día en que el hambre empezó a ser un recuerdo?

-Yo me había acostumbrado a ese malestar. Cuando empecé a tener un sueldo y a saber que me alcanzaba para vivir todo el mes, ya no tenía que preguntarme ¿cómo voy a pagar el alquiler? Me había habituado a tapar ese agujero, salir a vender algo, encontrar una changuita. Las tripas se me estrujaban un poco.

-¿Recordando ese miedo, estuviste a punto de cerrar tu teatro?

- Al principio mirábamos la pérdida mes a mes, ahora anualmente. Hubo años muy duros y me han sugerido muchas veces cerrarlo, pero soy incapaz. No imagino el día en que haya que bajar las luces, sacar las butacas. Hace años que busco a alguien como era yo hace 20 años para que se haga cargo. Nadie quiere esa responsabilidad, ser multirrubro, saber un poco de luz, de mantenimiento, de sonido. Si alguien lee esta entrevista...

Ya no esconde las uñas, como cuando arreglaba techos y tuvo el privilegio de asistir a una premiación en la que lo sentaron pegado al colega de zapatos lustradísimos, Oscar Martínez. Dayub, suelas gastadas, intentaba esconder las manos todavía manchadas de pintura. Ahora también tiene las manos manchadas, pero no las guarda: son manchas de tinta.

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