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l Arzobispo de Paraná, Mario Maulión, presidió la celebración del Domingo de Ramos en la Catedral. Después de la lectura en el Evangelio del relato sobre los últimos hechos de la vida de Jesús antes de ser crucificado, Maulión instó a los fieles a la reconciliación y paz en esta Semana Santa, atendiendo a su mensaje. “Comenzamos esta Semana Santa con la bendición de los ramos, recordando la entrada de Jesús en Jerusalén: lo aclaman como rey pero él viene montado en una burrita, un animal humilde, de carga”, dijo Maulión y comparó que frente a “los grandes reyes que entraban sobre un caballo este rey entra humilde y la gente lo aclama: en lugar de alfombras, hay ramas, en lugar de grandes decoraciones, ponen algo de su vestimenta. Está cerca el Monte de los Olivos, que desde siempre fue el símbolo de una vida que se renueva”. Explicó que “después del Diluvio, la ramita de olivo significó, en el pico de la paloma, que había terminado el desastre y comenzaba una nueva vida, un signo de una nueva paz”. Por eso, “nos unimos en esta celebración” pues Jesús entra “rodeado de olivos, de paz, y no sólo de paz sino también de reconciliación”. “Jesús viene trayendo la paz y la reconciliación -insistió- convocando a esta verdadera unión a nosotros, que vivimos tal vez en nuestro interior rodeados de muerte”, señaló. “Estamos rodeados de enfrentamientos, de luchas a nivel de grandes naciones, de grandes bloques, y en el nivel de nuestra propia familia y comunidad”, dijo Maulión. Y entonces citó que “cuando a Jesús lo fueron a detener y lo quisieron defender sacando la espada para atacar, dijo: El que a hierro mata, a hierro muere. Toda violencia genera violencia, por eso ese clamor es un clamor hacia la reconciliación, es el camino de superar todos estos enfrentamientos”, aseveró. “Es cierto que toda injusticia debe ser debidamente reparada y condenada -concedió- pero también es cierto que si no hay una actitud de reconciliación, aquella justicia nunca va a lograr la curación en el alma enferma que hizo la violencia o que la padeció”. Así, “la división dificulta la reconciliación, es lo que aparece cuando Jesús entra a Jerusalén. Tenemos que volcar nuestra mirada hacia Jesús, que viene humilde con un animal de segunda, buscando conseguir y dar la paz”. Hacia el final de su sermón, el Arzobispo recorrió el camino que terminó en el padecimiento de la Cruz, repasó su soledad, la negación de sus amigos, y el prendimineto por parte de “la autoridad de ocupación, los romanos”: “Esa fuerza de seguridad, policías, lo humillan, lo torturan, descargan sobre él todo eso que sufren ellos, que están sometidos a otros poderes y se desquitan con una obediencia a aquellas autoridades”. Luego, “en su muerte parece que culmina un fracaso de algo que quiso ser un camino de salvación, de bienestar, de fuerza, de renovación” y “con él muy pocas personas, su mamá, algunas mujeres, muy pocos varones. Pero hay alguien que no es de este círculo, un oficial del ejército de ocupación, que dice en ese momento, en que el fracaso es total, éste es verdaderamente hijo de Dios: es la primera profesión de fe en Jesús muerto que hay en la historia”, dijo el Arzobispo y finalizó: “Contemplémoslo a él, contemplémosnos a nosotros, esperando que él cumpla su promesa, la resurrección”. Por último, rogó para que los gobernantes de la Nación, “ante el dolor de Jesús” atiendan el dolor de quienes lo padecen, y que “los argentinos sigamos el camino de la reconciliación, la justicia y la paz”. (El Diario)