Domingo 16 de mayo de 2010
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Paraná
Un chofer de colectivo asegura haber viajado con un fantasma
Fue el lunes a la noche: cuando había parado el coche dice que de la nada, del fondo, apareció una mujer con aspecto “terrorífico”. Presenta como testigo a un hombre que cada noche viaja en la Línea Nº 20
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Un chofer de colectivo asegura haber viajado con un fantasma.

L

a noche ya había caído sobre la ciudad, y ese frenesí que se insiste en llamar horas pico había acabado, dando lugar a la calma lúgubre de la nocturnidad paranaense. Una especie de toque de queda, pocos vehículos en la calle, poca gente en las afueras, una somnolencia urbana que empezaba a acentuarse. H., un chofer de colectivo de 30 años, estaba en eso, apurando las últimas horas del día, dispuesto a concluir su último recorrido a bordo del interno 20 de la Línea Nº 20. Cerca de las 9 de la noche había salido desde las proximidades del hipermercado de Puerto Viejo, en Anacleto Medina y Larramendi, con pocos pasajeros, mucha ansiedad. El coche avanzaba presuroso, deglutiéndose las últimas cuadras, llevando consigo poquísimos pasajeros, conocidos. Uno de ellos, JC –habitual en esa línea a esa hora de la noche– bajaría, pensó H, justo en el mismo punto de llegada donde termina su recorrido, en la estación de servicios ubicada en Jorge Newbery y ruta 12. La segunda pasajera que viajaba era una mujer, esposa de otro chofer. Conocida también. ¿Y ese ruido? Esto pasaría, anticipó H. pensando en la vuelta a casa: el encuentro con su esposa, el bullicio del hogar, la rutina acostumbrada, el cobijo de lo conocido. Esto pasaría, se dijo, mientras procuraba ignorar ese sonido insidioso, molesto, crispante del “vigía” que le indicaba, de modo persistente, pegajoso, que algo funcionaba mal. Una falla eléctrica. Algo. El coche iba en ese momento, alrededor de las 9 de la noche del lunes, en inmediaciones de la Villa 141, en cercanías de Walmart. “Empezó a sonar en forma pausada, indicándome que había una falla eléctrica. Pero las luces del coche no se apagaban, seguían encendidas, así que seguí, y no le di importancia. Yo seguía marchando. En el coche iba un pasajero que viaja todos los días. Después subió una chica, esposa de un chofer, que baja en Miguel David, llegando a la ruta 12”, contó H. En determinado momento, la mujer se sintió incómoda. Se levantó de su asiento, y se acercó al chofer para indicarle que algo no andaba bien. “Esta chica se paró y me dijo: ‘¿Cómo podés seguir manejando con eso que suena constantemente?’. En cualquier momento le doy un garrotazo, a ver si así se apaga y deja de sonar le dije, sin darle importancia”, relató. El coche siguió avanzando, y el “vigía” sonaba con más insistencia. Así iban aquellas tres personas, arriba de un colectivo, cruzando presuroso la ciudad, rumbo al destino último, final del día, final del recorrido. Nada nuevo, nada fuera de lo común: lo que todos aguardaban, llegar a casa, presurosos, concluir la jornada. Visita inesperada La chica se bajó del colectivo en Miguel David. Unos metros más adelante descendería el último pasajero, en Newbery y Miguel David. Se había sentado justo detrás del chofer, y en eso iban, hablando de vaguedades cuando el recorrido llegó a su fin. H. dice que apagó las luces –una forma de avisar que el coche estaba fuera de servicio, conclusión del recorrido– y se detuvo en la estación de servicio ubicada en el cruce del acceso a San Benito, conciente de que J.C. bajaría pronto, antes de que él emprendiera la vuelta a la ciudad. Pero entonces sucedió aquello. “No sé por qué, él esperó para bajarse. Estaba sentado al lado mío. No quedaba nadie más en el colectivo. Apagué las luces, y de pronto veo acercarse a esa chica. Hasta ese momento, no había nadie más que él y yo en el coche. Aparece así, de la nada. Y se para en el medio entre este muchacho y yo, de una forma tal que lo perdí de vista. Tenía los ojos color rojo sangre, como si lloraba sangre, de la boca le caía baba, tenía la cara horrible, como si se le cayera la carne, y en una bolsa que llevaba, tenía una cabeza humana. Yo vi la cabeza de una persona. El olor a podrido que tenía era impresionante”, contó, todavía turbado. –¿Y el otro pasajero? –Quedó blanco, me miraba nomás, paralizado, igual que yo. –¿La chica te dijo algo? –Empezó a hacerme preguntas, con una voz de mujer que parecía una voz de hombre. Que a qué hora salía de vuelta, y yo que estaba terminando el recorrido, que me cortaba, y ella que me decía que no había podido tomar el otro coche, y que a qué hora pasaba el otro colectivo, y yo diciéndole que en quince minutos, pasa otro, que lo espere. –¿Y vos, qué hacías? –Me asustaba la apariencia. Me miraba fijo. Era terrorífico. Me vuelve a preguntar dónde tomo el otro colectivo, y yo le digo acá, atrás del acoplado. –¿Qué hizo la chica? –Se bajó del coche, por la puerta de adelante. Se bajó del coche, y dijo algo que no entendí. Bajó despacio. –¿Te quedaste, qué hiciste? –Le dije al otro muchacho vámonos de acá, arranqué, y nos fuimos. Cuando volvía por Newbery, cerca de la Base (Aérea), me sonó tres veces el timbre de la puerta. Y no había nadie. (Fuente: El Diario)
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