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e la redacción de INFORME DIGITAL Santiago tenía dos años y medio y era el más chico de 5 hermanos en una humilde vivienda de barrio San Martín, ubicado en la zona del volcadero de Paraná. Tenía un soplo en el corazón y además padecía un cuadro de desnutrición de primer grado. Este martes, su madre lo llevaría al Centro de Salud Ramón Carrillo, pero lamentablemente entró ya sin vida. Eran las 4 de la mañana y el pequeño empezó a tener convulsiones. La ambulancia nunca llegó y pese al frío polar (la sensación térmica a esa hora era de -1º) lo envolvió en una frazada y salió caminando. Era tarde. Más allá de lo terrible del caso, lo preocupante es que esa realidad en que viven los vecinos del volcadero -en viviendas muy precarias y donde el frío le hace burlas a las chapas que intentan sin éxito hacer las veces de paredes- es una bomba de tiempo amenaza con hacer estallar a cada momento la vida y las ilusiones de cientos de familias. De esto con lo que convive cotidianamente habló el padre Gustavo Mendoza, cura párroco de La Floresta desde febrero de este año. “Este es un caso, un signo, pero cosas que suceden a diario en nuestro barrio y muchas veces son ignoradas o vividas de espaldas a nuestra sociedad”, lamentó para luego afirmar que “las condiciones de vida que nuestros chicos tienen son muy elementales. Muchas veces falta el abrigo, una buena vivienda, el techo”. En ese marco trata de llevar la asistencia espiritual, aunque la mayor parte del tiempo la pasa más preocupado por conseguir una ración de comida o un abrigo que por hablar de Dios. “En situaciones de carencia de lo elemental, suceden estas cosas y nosotros tratamos de acompañar la realidad, muchas veces dolorosa de nuestra gente”, dijo el sacerdote en diálogo con radio f5. En medio de esa situación hizo un llamado a la reflexión: “la Madre Teresa decía que nadie es tan pobre que no pueda dar algo de sí para los demás. Y todos podemos ayudar y hacer algo para que el que está al lado nuestro sufra menos”.