Lunes 25 de octubre de 2004
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Política
Serias dudas en la distribución y control de los fondos destinados a comedores
Una investigación periodistica de Ricardo Leguizamón y Marta Marozzini revela que los punteros barriales manejan cada año $ 5 millones en Entre Ríos; y en Paraná este año se sumó el aporte de la Nación, de $ 1,5 millón, para dar de comer a casi 13...

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ada año, la provincia distribuye $ 24 millones para el sostenimiento de los 1.496 comedores que existen y que dan de comer a diario a niños, adultos y ancianos, un universo de 141.419 personas en todo Entre Ríos. El grueso de ese dinero, el 77 % ($ 18 millones) se destina a los comedores escolares; pero una parte sustancial, el 21 % ($ 5 millones) va dirigido a los denominados comedores comunitarios, la mayoría en manos de vecinalistas y punteros barriales; el resto de esa partida, un 3 %, lo absorben los comedores de ancianos.

En Paraná, donde existen más de 32 mil beneficiarios atendidos por 307 comedores, se distribuyen al año $ 5 millones. Un 25 % de ese dinero ($ 116 mil al mes) va a manos de dirigentes barriales que tienen a su cargo los 111 comedores comunitarios del departamento adonde asisten entre 11 y 13 mil personas, y llega a través del plástico oficial, la tarjeta Sidecreer, ya que no hay manejo de efectivo en forma directa.

Pero no es el único dinero que se mueve en los barrios: desde abril, el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación abrió otro grifo por el que ya se distribuyó $ 1,5 millones que no sólo se ocuparon en el pago de la ración de alimento de 10 mil personas, sino en el equipamiento de 56 comedores, y en la dotación de la infraestructura necesaria. “Ni en su casa tiene la vajilla que nosotros pudimos comprar con la plata que nos da la Nación”,dijo el responsable de un comedor comunitario, que asiste a más de 400 personas.

Sólo en el caso de la Nación, la asistencia que llega mensualmente a los comedores varía entre los $ 1.800 y los $ 13 mil, que recibe el comedor más grande que existe en Paraná, ubicado en la Vecinal López Jordán y que da de comer a diario a 450 personas.

SOSPECHAS. No son pocos los fondos que administran los vecinalistas que están al frente de comedores comunitarios: la Nación les entrega $ 1,25 por día y por persona a través del Fondo Participativo de Inversión Social (Fopar), y la provincia, desde la Dirección de Comedores, asiste con un aporte que varía, y puede ser de $ 0,60 a $ 1,00, y como no hay cruce de datos entre una jurisdicción y otra, se da el caso de superposición de asistencia. Revisando los listados oficiales de los comedores que reciben fondos de Nación y provincia, se repite el doble aporte.

En uno y otro listado de beneficiarios están el comedor Los Conejitos; el comedor María Mercedes, que hasta diciembre pasado dirigió la actual concejal justicialista Blanca Belbey; el comedor de la Vecinal Jorge Newbery Este, del dirigente Luis Mariani; el del barrio Francisco Ramírez, a cargo de Jorge Acosta; o del barrio Pirola, que bastonea Raúl Massat; todos, además, dirigentes justicialistas.

La Nación opera con estrictos sistemas de control periódicos —al punto que cada comedor tiene abierta una cuenta bancaria propia— y la provincia no entrega dinero efectivo sino que las compras se hacen a través de la tarjeta Sidecreer, aunque aún así se cuela la sospecha respecto a si efectivamente todos los fondos van efectivamente a saciar el hambre de los más necesitados. Hay dirigentes barriales desocupados que “viven” de la administración del dinero de los comedores, cuestionan algunos vecinalistas. “¿Cómo hace un dirigente barrial sin trabajo para comprarse un auto de $ 15 mil?”, se preguntó un vecinalista que rogó reserva de su nombre.

La sospecha, abonada por varias fuentes consultadas, apuntaría a la existencia de determinados comercios que acceden a “inflar” los resúmenes de compra que se presentan en Sidecreer a cambio de un “retorno” para los titulares de los comedores. “La factura la hacen por $ 1.500, pero al comedor llega mercadería por $ 1.000, el resto se reparte entre las partes”, señaló una de las fuentes.

¿Y el cruce de datos?

La idea de la ministra de Desarrollo Social Alicia Kirchner cuando decidió hacer pie en Entre Ríos con programas como el Fopar era que la Nación asistiera en forma coordinada con la provincia, y para eso montó dos áreas operativas locales, en Paraná y Concordia, desde donde se monitorea el programa, por cuanto el financiamiento que otorga el Banco Mundial para este tipo de asistencialismo sólo se extenderá hasta 2005. Después de eso, se buscará que se generen proyectos de auto sustentabilidad en las familias que hoy dependen de la ayuda directa del Estado.

Pero en seis meses de existencia del Fopar en Paraná, todavía no se consiguió cruzar información entre la provincia y la Nación que evite la superposición en la ayuda que llega a manos de punteros barriales que manejan los comedores comunitarios. Hoy a través de Fopar —56 comedores en Paraná, con una población asistida de 10 mil personas— se entrega una partida mensual que varía entre los $ 1.800 y los $ 13 mil (el monto depende de la envergadura del comedor y de la cantidad de días que funciona), y a la vez la provincia otorga la tarjeta Sidecreer con saldos mensuales que van de los $ 700 a los $ 7.600. “Con lo que reciben de Fopar, los comedores pueden trabajar muy bien, porque es un buen aporte. No tiene sentido que también tengan la tarjeta Sidecreer. Lamentablemente, no se pudo lograr la coordinación como se pensó en un principio. Sí, en cambio, se lo pudo hacer con la Municipalidad de Paraná”, dicen desde Desarrollo Social.

Un funcionario provincial, que aceptó hablar off the record sobre el tema, admitió que la circulación de fondos estatales en mano de punteros barriales, muchos incluso ligados al partido de gobierno, da lugar a irregularidades sobre las cuales todavía no han actuado los organismos de control. “No es que la corrupción sólo está en la clase política; también entre los vecinalistas se da que hay ovejas negras”, explicó.

Francisca Castañeda, subsecretaria de Familia de la Municipalidad de Paraná, dice que la Comuna aplica controles aunque entiende que en algunos casos “puede que no sean suficientes”.

ASISTENCIALISMO EN LA MIRA . Son mujeres solas con varios hijos a cargo, jubilados o desocupados que a diario se obligan a esconder la vergüenza.

Historias de angustia y bronca frente a un plato de comida

Cada día crece la cantidad de gente que va en busca de su ración de alimento a alguno de los comedores comunitarios. Hombres y mujeres que hacen malabares con nada, como Ivana, madre de cinco chicos, que hace de la cena de hoy el almuerzo de mañana.

“Si no comiéramos acá, directamente no comeríamos, nos moriríamos de hambre”. Rosa habla con la sapiencia que da vivir al límite, y no tener nada. Es viernes al mediodía y Rosa, madre de diez hijos y con el número 11 en su panza, espera la ración de comida para ella y su familia en el comedor de la Vecinal López Jordán. No recibe ninguna otra asistencia, así que el hogar de Rosa depende de la comida que da el Estado y de las changas que pueda conseguir su esposo, un ayudante de albañil.

Y como Rosa, más de 400 personas asisten diariamente, de lunes a lunes, a este comedor comunitario instrumentado por la Comisión Vecinal del barrio y sostenido por la Nación mediante el programa Fopar. Todos sentados, los más de 400, comen y comparten historias similares, de falta de trabajo, de muchos hijos y de marginación.

Cada día, son miles los paranaenses que hacen cola por un plato de comida. Son chicos, mujeres y viejos, que asediados por la pobreza acuden al comedor comunitario de su barrio y eso, dicen, les permite sobrevivir.

María del Carmen es otra mamá prolífica: tiene nueve nenes. El menor, de nueve meses y el mayor 13 años. El compañero de María también hace changas y el único ingreso estable es el Plan Familia, pero el dinero llega cada tres meses. “¿Qué hago yo para darles de comer a los chicos en todo el tiempo que no tengo un peso?”, pregunta, y concluye que gracias al comedor, los nenes y ella pueden alimentarse.

IMÁGENES. Faltan varios minutos para las 12, y ya hay una larga cola esperando que se habilite el ingreso al salón espaciado de la Vecinal López Jordán, con decenas de mesas listas para servir. Cuando el pastel de papas estuvo a punto, la gente empezó a ubicarse y en pocos minutos, los 430 lugares quedaron ocupados.

Ahí estaba Ana María con sus siete hijos y la angustia de no tener con qué mantenerlos. Es que está sola en la cruzada y los 150 pesos que recibe como beneficiaria del Plan Jefes y Jefas de Hogar, más 50 pesos del Incinipa, no le alcanzan para nada. Por lo menos —reflexiona— el almuerzo está asegurado en el comedor; con la cena se las arregla como puede. “A veces tengo algo para hacer y a veces no tengo nada”, confiesa la señora, del barrio Hijos de María.

Cerca nomás, buscaba ubicación Jova, una mujer a quien en algún momento la vida la enfrentó a una opción lacerante: usar el ingreso mínimo en comprar alimentos o remedios. Jova es una señora mayor, jubilada como cocinera de un comedor escolar, y madre de dos muchachas que, a su vez, tienen siete y nueve hijos cada una. Las chicas se quedaron solas y reciben como único ingreso el Plan Jefes, mientras que Jova cobra el haber mínimo, unos 200 pesos, y tiene a cargo cuatro nietos. “La jubilación no me alcanza para nada. Por eso tenemos que venir acá”, cuenta la mujer, que con hijas y nietos arma una familia de más de 20 personas. Patricia vivía con el sueldo que cobraba su marido en Prefectura, pero ahora sólo recibe una pensión compartida de 250 pesos. Su hogar está compuesto por 12 personas, con lo que ese dinero le resulta más que insuficiente. “No hay trabajo y no puedo tener ningún plan porque soy pensionada”, explica y rescata la existencia del comedor y el hecho de poder compartir un plato de comida, una mesa en familia y experiencias similares con otros vecinos. “Todos estamos en lo mismo”, admite.

Ana se acercó a charlar con los cronistas pensando que estaba hablando con algún funcionario de la Municipalidad. Es que está desesperada porque ya no sabe cómo pedir a la Comuna camas cucheta para poder ubicar a siete chicos en su casa, de una sola pieza. En ese espacio viven ella, su marido, sus seis hijos y un nietito. Su aspiración es, en el futuro, conseguir chapas y algo de material para armar otra habitación. Pero está desesperanzada.

Ahora su marido está desocupado, y si bien suele trabajar en el desmonte la paga suele ser esquiva, por eso deben arreglárselas con los 150 pesos del Plan Jefes. A Ana se le nublan los ojos y se le quiebra la voz cuando cuenta que dos de sus nenas —de dos y tres años— tienen bajo peso. Dice que es beneficiaria de un bolsón con alimentos para chicos desnutridos pero el problema es que lo recibe cada tres meses.

MALABARES. En otro extremo de la ciudad, en inmediaciones del barrio San Martín (Volcadero), mujeres y niños hacen fila en la calurosa tarde del viernes frente al salón de la Parroquia Nuestra Señora de Guadalupe, ubicada en calle República de Siria. Con recipientes en sus manos, esperan el turno para retirar la ración, que hoy consiste en milanesas al horno con ensalada rusa y un poco de pan. Decenas de personas pasan de lunes a viernes a buscar entre 240 y 270 viandas, que brinda la parroquia con recursos proporcionados por la provincia y donaciones de fieles.

Irma es una vecina del Volcadero que con una olla esperaba llevar la comida para ella, sus cuatro hijos y su esposo. Es que, dice, se vuelve imposible poder comprar la comida para seis personas con los 150 pesos del Plan Jefes que percibe y los 10 pesos por semana que, con suerte, logra ganar su compañero cirujeando en el basural. “No alcanza para nada. No se puede vestir a los chicos ni comprarles una zapatilla; apenas si podemos comer y gracias a la parroquia”, añade.

Más atrás, en la cola, está Ivana. Es madre de cinco chicos —de entre 10 años y 18 meses—, no tiene pareja y sola alimenta a sus niños. Lo único que percibe es el Incinipa por la nena más chiquita, pero los 50 pesos se le esfuman. Así es que Ivana aplica una administración de hierro. Las raciones que le proporciona la parroquia no las usa para la cena, sino que las guarda para el almuerzo del día siguiente. “Si les doy la comida a la noche, no tengo qué darles a las 12 del otro día”, señala para agregar que la cena de los chicos es una taza de leche. “Si no hago así no tendría qué darles de comer”, dice.

AL RÍO. Parecido es el panorama en el comedor comunitario que funciona en la Comisión Vecinal Los Arenales. Caía la tarde en ese barrio plantado en la arena, a metros del río, y unas 30 personas trabajaban haciendo el repulgue de las empanadas —que se iban a cocinar el sábado para el festejo por el Día de la Madre—, mientras que el estofado de pollo con arroz ya estaba a punto para empezar a servirse a los más de 400 comensales que llegan cada día.

Para la comida de lunes a viernes, el comedor recibe fondos del Fopar; mientras que para los sábados y domingos, los recursos —en mercadería más de 210 pesos por semana— los aporta el Municipio. A la escasez de trabajo generalizada, en esta zona se suman los vaivenes de los niveles de pesca. Sucede que muchas familias viven del río y recién por estos días ha empezado a mejorar la existencia de peces, cuentan. Y la situación social es tan delicada en este sector que al comedor concurren 35 chicos desnutridos, cuenta Omar Godoy, presidente de la Vecinal.

Don Medina es uno de los tantos que esperan un plato de comida en la Vecinal. Un hombre sin trabajo, con mucho tiempo libre y nada para hacer. Con la mirada baja y con pudor en sus palabras, dice escuetamente: “Soy desocupado. Mi hermano me dio permiso para vivir con él, y todos los días vengo acá a comer”.

Cómo se prepara la olla para tanta gente

El comedor de la vecinal López Jordán es el más grande de la ciudad, el que alberga a más gente sentada a una mesa en su salón durante toda la semana. Cada mediodía pasan unas 450 personas y un número similar vuelve a la tarde a tomar la merienda. Son vecinos de Lomas del Mirador I y II, López Jordán, Jauretche, Paraná XX, 4 de junio y Circunvalación.

“Es imposible no ver la realidad. Acá no hay cómo mentir”, dice Daniel Rivas, presidente de la vecinal, que aprovecha e invita a visitar el comedor principalmente a los funcionarios.

El trabajo está en manos de unas 60 personas —casi la totalidad son Jefes de Hogar—, que organizados en grupos quedan a cargo de la elaboración de la comida, de servir los platos, de limpiar los utensilios, el salón y los sanitarios y después, de la preparación de la leche con facturas y otra vez de la higiene. Afectados a la cocina hay tres grupos rotativos de 15 personas cada uno. El menú del viernes fue pastel de papas. Para hacerlo debieron pelar 80 kilos de papas, ocuparon 50 kilos de carne picada, 150 huevos, 8 kilos de pan rallado y 8 kilos de pimientos, entre otros ingredientes. Empiezan a trabajar a eso de las 7 para tener lista la comida a las 11.30, cuando comen los chicos que van a la escuela por la tarde y después al resto, que ingresa por tandas al local y se va ubicando en las largas mesas, con manteles y prolijamente preparadas. Una vez que terminaron de comer —con postre (casi siempre es una fruta) y jugo—, otro grupo tiene que lavar una montaña de platos y vasos.

En el comedor de Los Arenales trabajan unas 35 personas —7 titulares de planes Jefes y el resto vecinos que ayudan—. El viernes, se encontró al grupo muy ocupado: unos haciendo empanadas y otros, el estofado para esa noche. Para esta última comida habían utilizado 60 kilos de pollo y 32 kilos de arroz. La cocción de tantos alimentos es posible gracias a que fueron provistos por el Fopar de heladeras, hornos, quemadores, ollas, sillas, platos y jarros. “Todo de primera calidad”, dicen.

Tanto Rivas como Omar Godoy de Los Arenales, pusieron énfasis en la calidad de la alimentación que pueden brindar con los recursos nacionales. Es que se trata de un aporte 1.25 pesos por cada ración y unos 90 centavos para la leche. Con ese dinero, aseguran que pueden cocinar comida sustanciosa y rica, con postre, jugo y pan incluido.

ASISTENCIALISMO EN LA MIRA . El Estado provincial paga 0,75 pesos por cada ración de comida

Desde la provincia dicen que los controles son exhaustivos

El pago a través de la tarjeta Sidecreer garantiza el seguimiento de los gastos, según entiende la titular de la Dirección de Comedores de la provincia. Informó que no se realizan entrecruzamientos de datos con otros programas nacionales o municipales.

Patricia Castañeira, titular de la Dirección de Comedores de la provincia, aseguró que el uso de los recursos destinados a raciones alimentarias “está por demás controlado”. Por un lado, dijo que la instrumentación del sistema mediante Sidecreer permite un seguimiento exhaustivo del gasto de parte de su área y, por otro, se realizan supervisiones periódicas que posibilitan monitorear la cantidad de comensales, la calidad de los alimentos y las condiciones en que comen.

Consultada sobre si la provincia solventa un comedor que a su vez recibe fondos de la Nación o el Municipio, la funcionaria expresó: “Nosotros no obstaculizamos eso porque sabemos que nuestras raciones no son una gran utopía. No estamos atrás de la gente que tenga un plan u otro, eso depende de la responsabilidad de cada uno”. La ración es por un monto de unos 75 centavos (60 centavos por la cena o almuerzo y 0,15 para la leche).

Y agregó que la provincia da respuesta en los casos que reciben recursos “en forma desigual o despareja o porque no les alcanza o necesitan”. Por otra parte, informó que no se realizan entrecruzamientos de datos con otros programas ya sean nacionales o municipales. “Nosotros vamos y controlamos lo nuestro, no podemos meternos en otro ámbito, hay un respeto mutuo en ese aspecto”, explicó. Ahora bien, otra sería la situación si se formara una mesa común desde donde coordinar acciones.

En noviembre, el Estado destinó 427.387 pesos en 410 comedores infantiles y comunitarios en la provincia: 116 funcionan en el Departamento Paraná con recursos de 122.379 pesos al mes.

CONTROLES. Castañeira reafirmó que del seguimiento del manejo de los comedores participa un representante del Tribunal de Cuentas. “Se controla absolutamente todo” también los proveedores. Y explicó que desde Sidecreer se emiten los listados de los montos facturados de los productos y los precios se comparan con otros. Es decir que se detecta enseguida si alguien aplica sobreprecio, afirmó. Además, mediante la tarjeta, tienen acceso a determinados productos habilitados para las compras; por lo que desestimó la posibilidad de que un alimento de primera calidad pueda ser reemplazado por otro.

Por último, informó acerca de la presentación de denuncias penales de “comedores fantasmas”, al inicio de su gestión.

Una demanda que se incrementa

Lejos de disminuir la afluencia de gente a los comedores comunitarios, la demanda sigue en ascenso. Esa es la impresión de los vecinos que están a cargo. Y la situación se explica al repasar los siguientes datos oficiales: el 41,2 % de los 250.000 residentes del Gran Paraná es pobre y casi la mitad de ese número (16,2 %), indigente.

“La demanda se incrementa y se nos parte el corazón porque les decimos que no, porque no tenemos cupo”, dice Daniel Rivas, de la vecinal López Jordán, y explica que los recursos del Fopar son para 430 personas, comen 450 y hay entre 50 y 100 pedidos más. La vecinal recibía ayuda de la Comuna pero al entrar en vigencia el plan nacional, el subsidio quedó sin efecto. “Nos gustaría que la provincia se inserte en este comedor y puedan absorber” el resto de la gente, comenta Rivas y opina que lo ideal sería poder ensamblar el trabajo en los comedores con programas integrales de salud y acción social. “Quisiéramos tener una carpeta de cada uno de los asistentes al comedor y que pase por el centro de salud para cubrir las necesidades de salud y alimentarias”, propone Rivas.

Carina Yedro, desde el comedor de la parroquia de La Floresta, afirma que cada vez se suma más gente, la mayoría de los asistentes son de los barrios San Martín, Humito, Mosconi y La Floresta. Y agrega que algunos no tienen ningún ingreso, otros tienen planes pero les resultan insuficientes y casi todos poseen familias numerosas.

“A nadie le gusta venir a un comedor comunitario. Creo que ahí es cuando la gente empieza a perder la dignidad. Para mí no tendrían que existir, eso que estoy a cargo de uno y me encanta hacer este trabajo social”, comenta Rivas, por último.

Detalles de la imagen:

DESAMPARO, Olla en mano, el niño espera la ración en el comedor del barrio Los Arenales; en la ciudad, 13 mil personas reciben a diario su porción. (José Merlo) ESPERA. Unas 270 viandas se entregan todas las tardes en el comedor de la Parroquia Nuestra Señora de Guadalupe, de La Floresta. (José Merlo) SUPERPOBLADO. El comedor de la vecinal López Jordán, el más numeroso de la ciudad, con arriba de 400 comensales por día. (Julio Blanco)

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