Sábado 26 de febrero de 2005
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Política
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Más de tres mil personas fueron a la Chacarita para despedir a Pappo
Con estribillos de sus canciones más célebres, gritos emocionados, llantos y rugidos de motocicletas, enterraron a Norberto Napolitano. Había muerto ayer a la madrugada, en un accidente en una ruta.

N

o quería coronas de flores como despedida. Le dieron un adiós de motores rugientes, aceite quemado y una ovación para la leyenda del rocanrol. Más de tres mil personas aplaudiendo entre los panteones de la Chacarita, en el cruce de las calles 30 y 49, frente al lugar donde los restos del gran Pappo Napolitano van a descansar.

Una multitud de camperas y remeras negras, pero también gente que llegaba de todos los barrios en el subte, con ramos y pequeñas banderas, amigos y vecinos de La Paternal haciendo palmas o con los puños en alto, agitando una bandera roja de Riff, una de sus potentes bandas, y gritando: "Pappo no murió".

Las pasiones de Pappo (las motos, el rock, el blues y su barrio La Paternal) se reflejaban en aquellos que vinieron a decirle adiós. Entre ellos, un barbudo buscaba consuelo como un chico, en los brazos de otro hombre de larga barba oscura y anteojos ruteros para disimular la emoción. Chicas de todas las edades, sollozando, con los ojos vidriosos. "No puedo creerlo, no habrá más Susy Cadillac", se lamentaba un hombre con trenza de canas.

Más de 30 motos ruteras tronaban estruendos. Distintas comunidades ruteras (de esas que recorren cientos de kilómetros para los encuentros, que muchas veces tenían a Pappo como protagonista) como La Cofradía, Jinetes del Asfalto, Agrupación Los Lobos, la mayoría de la provincia de Buenos Aires. Y sí, las señoras del barrio lloraban como quien despide a un hijo bonachón.

Los enjambres de micrófonos, cámaras fotográficas y de TV zumbaban entre los vecinos en busca de las caras conocidas que no tardaron en llegar a despedir a un hombre que se movía con suceso por los escenarios roqueros, pero también por los sets de filmación y los espacios naturales para las estrellas del espectáculo. Alejandro Lerner se saludaba con Juanse (que estuvo temprano en la casa de La Paternal), cuando el cantante de Los Ratones Paranoicos se esforzaba por no derrumbarse entre el dolor y el abrumador calor. Sarco y Roy sostenían a su compañero, que lagrimeaba con los ojos rojísimos. La novia tailandesa de Guillermo Vilas (otro amante de las Harley Davidson) no le soltaba la mano y parecía ser ella quien arrastraba al tenista, que miraba hacia delante con un gesto dolido. Divina Gloria y María Fernanda Callejón se consolaban. Andrés Ciro y Micky, de Los Piojos, también se acercaron a dar sus respetos. Músicos de varias generaciones y de distintos estilos se confundían entre los seguidores de todas las épocas y bandas que Pappo supo liderar.

El cura se dio cuenta de que lo mejor, por la multitud, era dar el último responso (alrededor de las 16.30) al aire libre. Los aplausos retumbaban con la misma intensidad que en las previas de un recital. Un grandote armaba un cerco alrededor de Florencia, la joven novia de Pappo, y otros familiares, dejando del otro lado a los periodistas, camarógrafos y fanáticos. Así como en sus shows los moteros le oficiaban de personal de seguridad, aquí participaron en una suerte de guardia real. Ninguno parecía escuchar a un fan desencajado que anticipaba un destino particular para el legado del Carpo: "Que no empiecen a lucrar con los CD's, con las canciones que no existían".

Cuando faltaban minutos para las 5 de la tarde, las motos más potentes, que recorrieron las 40 cuadras entre La Paternal y Chacarita, entraron abriendo el camino entre la gente. Los gritos, los aplausos, algunas corridas de gente que buscaba un lugar para ver pasar el cortejo, levantaban decibeles y fervor. "Fuerza Luciano", le gritaban al hijo de Pappo, que caminaba arrastrando los pies, abrazado por sus familiares. La gente trepaba a los techos de los monumentos fúnebres para colgar alguna bandera (también lo hacían los cámaras, buscando un mejor ángulo). "Mucho por hacer, mucho por hacer, queda queda mucho por hacer", eran las estrofas que cantaban, intercalados con el "Olé olé Pappo Pappo". A las 17.30 el cajón entraba al panteón de Sadaic. Un aplauso de varios minutos, inundó el aire y lo siguió el estribillo de "Desconfío", coreado por la gente: "Un viejo blues, me hizo recordar los momentos de mi vida, mi primer amor, pero aquí estoy tan sólo en la vida, que mejor me voy".

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