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ue así como el ministro de Obras Públicas, Alberto Hammerly, segundo en la boleta hasta ese momento, amagó bajarse, boicoteando, de esa manera, la hegemonía que lograban el gobernador Jorge Obeid y el presidente Néstor Kirchner.
La orden del ex piloto de Fórmula 1 llegó a tiempo para un nuevo cuarto intermedio de teléfonos saturados. Otra versión indicaba que la baja tendría otra causa: haber aceptado candidatearse sin consultar previamente con «el Lole».La lista que Rossi, con la alegría de la sorpresa (ningún sondeo previo lo mencionaba), ya había comunicado a los diarios locales y a las agencias de noticias despertó la furia entre los que de ser precandidatos pasaron a quedarse con nada.
Una rápida lectura al listado difundido por el concejal rosarino revelaba que Obeid y Kirchner tenían una mayor injerencia en el armado final. Rossi -quien es conocido en su ciudad, pero ignorado en el interior provincial- milita en la liga de intendentes del operador presidencial Juan Carlos Mazzón y apoyó al patagónico para la presidencia antes de que lo hiciera Eduardo Duhalde. «Hoy kirchneristas son todos, pero pocos de la primera hora», se jactaban algunos santafesinos satisfechos de cómo iban las cosas a dos horas del cierre.
El segundo en la lista era el ministro Hammerly, el vestigio mejor logrado de la influencia reutemista en el gabinete provincial. Después aparecían los nombres de Ana Berraute, obeidista funcionaria de Educación del departamento capital; el radical ministro de Salud, Juan Begnis, otro del gabinete de Obeid vinculado al gobierno nacional vía su par Ginés González García; la intendente de San Lorenzo, Mónica de la Quintana; y el diputado provincial Ariel Dalla Fontana, un dirigente de extrema confianza del gobernador. Lejos, como se verá, de los protagónicos provinciales hasta el día de hoy.
Heridos había muchos entre los que más se nombraban en la previa: Julio Gutiérrez (hermano del presidente de la Corte local, Rafael, y primo de Reutemann) y el titular del PJ, Norberto Nicotra. «Es la primera vez que la lista del PJ se decide en Buenos Aires», se quejaba un desairado.
Los obeidistas, con cara de póquer, retrucaban que las candidaturas se elegían así porque había que cerrar o cerrar. No se cuestionaban que se podría haber cerrado, igualmente, pero con otros nombres.
Tenían, sin embargo, un punto a favor en el hecho de que, sea como fuere, Reutemann no había querido que un hombre suyo fuera primero en la lista para no quedar tan pegado en caso de un eventual revés en octubre frente al socialista Hermes Binner.
Menos aún si llega a suceder lo que ya muchos en el peronismo local dan como un hecho: que Kirchner repita los apoyos que dio a Binner en la última compulsa electoral, jugando a dos puntas.