E
l episodio ocurrió alrededor de las 19 cuando el oficial Raúl Zabala, que se encontraba de guardia, observó que un joven, con una gorra que le tapaba los ojos, ingresó en silencio por la puerta giratoria de vidrio. Se quedó parado e inmóvil sin contestar la pregunta del funcionario.
El efectivo, casado y padre de seis hijos, se acercó y advirtió por el reflejo de la puerta de vidrio que el individuo escondía su mano, que ocultaba detrás de la espalda un elemento metálico. Zabala, que hace nueve años salvó milagrosamente su vida cuando prestando servicios de adicional en una estación de servicios un ladrón le gatilló en la sien y el tiro no salió, se abalanzó sobre el desconocido y logró quitarle el elemento, que en ese mismo instante descubrió que era una granada.
El ahora prófugo empujó al oficial y perdió el artefacto explosivo. Aunque cuando lo vio rodar advirtió que se encontraba encintado y no había peligro de que explotara. La dejó sobre su escritorio, llamó al Comando y salió detrás del individuo, que escapó por calle Urquiza de contramano.
Pasó un día agitado en el microcentro, un día en que el oficial Zabala cumplió con su deber, un día más de trabajo.
Una de las hipótesis que se manejan es que el joven habría tratado de intimidar a alguna autoridad para poder conseguir trabajo o alguna clase de subsidio, ya que es un hecho de características similares a los que se registran como cuando determinadas personas que se suben a antenas para pedir algún tipo de beneficio por parte del Estado.