Opiniones
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Viernes 02 de noviembre de 2018
Laura Di Marco (*): El candidato tapado de Cristina

La familia peronista aún está procesando el efecto Bolsonaro. Un cisne negro al que cada tribu le atribuye un significado diferente. En el búnker de Cristina, el golpe al PT fue leído casi como una derrota propia, pero sobre todo puso en duda la transferibilidad de los votos. Haddad nunca fue Lula. El resto del peronismo, sin embargo, lo leyó al revés: las elecciones en Brasil se convirtieron en un leading case de lo imprevisible. Una prueba empírica de que las reglas del juego están cambiando. Hoy es posible fabricar un presidente en tres meses: justo lo que ellos necesitan. ¿Acaso Cristina no será candidata presidencial en 2019? Sus adláteres pergeñan que si la economía vuelve a desbarrancarse -lo que parte del mundo K, en el fondo, desea-, su jefa espiritual indudablemente jugará esa partida. El dilema surge si Cambiemos logra, finalmente, enderezar el barco. En el seno del peronismo filo-K se está cocinando un plan B que no deja de ser novedoso. Piensan en un tapado, a lo Bolsonaro, un presidenciable que hoy no sea registrado por los radares de la política. Pero ¿quién podría representar a un cristinismo sin Cristina? Y, tal vez lo más importante, ¿cómo ese tapado podría garantizar lealtad? Y más aún: a la luz de la debacle del PT, ¿funcionaría en la Argentina semejante tercerización?

Divorciado de Sergio Massa y convertido en jefe de su propio bloque, Felipe Solá juega a ese juego (no es el único, claro) y, desde la carpa cristinista, lo empiezan a mirar con cierta simpatía. En la intimidad, el exgobernador razona así: si Cristina decide no presentarse, un candidato filo-K -como él- podría beneficiarse con esos votos. "Tal vez un tipo como Felipe pueda abrir un poco más el espectro del núcleo duro K y cosechar algunos votos antimacristas de una porción del electorado que jamás votaría por ella", especula un hombre que frecuenta el Instituto Patria y participa de esos tejemanejes.

Encerrada en su secta, a Cristina ya no le quedan figuras que gocen de algún prestigio o peso político como para seducir a alguna franja independiente. Para peor, con su desopilante blooper de esta semana, Leopoldo Moreau -uno de sus gurúes intelectuales- acaba de licuar la escasa credibilidad de su tropa. Quien alguna vez despuntó como un gran argumentador político y uno de los herederos de Raúl Alfonsín ha devenido una caricatura de sí mismo. ¿Siempre fue así? Abundan las especulaciones. Uno de sus excompañeros de militancia ensaya una interesante explicación: "No se trata de plata ni de ideología, sino de narcisismo político. A Leopoldo le gusta ser escuchado y en el cristinismo logró su platea. Hay gente que, políticamente, envejece mal". Como fuere, en semejante entorno, Solá no deja de ser una rareza.

"Hay muchos que quieren ser, la cosa no va a ser tan fácil", le descerrajó Cristina, en el primer encuentro que mantuvo cara a cara con Solá, hace tres meses, justo el día que estalló el affaire de los cuadernos K. La malhadada coincidencia hizo dudar al potencial candidato. Pensó que el periodismo podría estar esperándolo en la puerta del Instituto Patria para escracharlo en tan mal momento. Pero no fue así. Como gobernador bonaerense jamás había tenido una charla con ella y, de hecho, hacía diez años que no se veían. "Humildemente, creo que, de todos esos que quieren ser, yo soy el mejor", le retrucó. A la vez, le elogió el acto en Ensenada, de 2017, aquel en el que Cristina aparecía remixada en una gurú pacifista, rodeada por los "expulsados" del modelo M. Rarezas del peronismo: del otro lado del océano, el embajador Ramón Puerta, el amigo peronista de Macri, leyó aquel acto exactamente al revés. Lo registró como el momento bisagra en el que se congeló el interés de los españoles por invertir en la Argentina. "Cuando asumió Mauricio, había mucho entusiasmo. Pero desde aquel acto en Ensenada a los inversionistas les volvió el miedo", desliza el embajador, en la más estricta intimidad. Cristina y Felipe quedaron unidos por dos enconos idénticos: el que sienten por Macri y por esa parte del Peronismo Federal, liderado por Pichetto (y que, claramente, integra Puerta), que busca reconstruirse alejándose del cristinismo como de la mancha venenosa.

En política hay un viejo truco al que Solá sabe jugar de memoria: si uno quiere ser gobernador, hay que decir que busca la presidencia. Si la aspiración real es ser ministro, el deseo declamado debería ser la Jefatura de Gabinete. Traducción: muy probablemente Felipe esté buscando ser el candidato a gobernador bonaerense del armado cristinista. En una geografía relegada por décadas -incluidos los 12 años K- y ahora revictimizada por la recesión, Cristina obtuvo, en 2017, el 37 por ciento de los votos. ¿Por qué no pensar que ese porcentaje podría repetirse o, incluso, ampliarse en medio de otro barquinazo de la macroeconomía? Una pregunta lógica que ronda en torno a la reina de El Calafate. "Todo va a depender de diciembre", suelta, enigmático, el operador del Instituto Patria, un búnker que apuesta a que el dólar se dispare a fin de año. Ellos hacen cuentas, pero no son los únicos. Como reflexionaba esta semana uno de los más prestigiosos encuestadores de la Argentina: "Acá la pregunta del millón es: ¿ya pasó lo peor o todavía falta? Porque si todavía falta, Cambiemos está en problemas. Por el contrario, si ya llegamos al piso, Macri tiene chances de ser reelegido".

El problema del Peronismo Federal es, de nuevo, los números. Las encuestas más confiables revelan que Cristina tiene una intención de voto, a nivel nacional, del 25 por ciento, que, en un escenario de precarización macroeconómica, podría extenderse al 35. Macri tiene hoy prácticamente el mismo porcentaje: un núcleo duro conformado por la clase media antiperonista que, antes que cualquier otra cosa, es emocionalmente anti-K.

Distanciado políticamente del tigrense, Solá cuestiona su rumbo "errático", pero sobre todo haber ayudado demasiado a Macri. Un ejemplo de estas "ayudas": Solá votó en contra del acuerdo con los holdouts, junto con el kirchnerismo. "Se sienta con el salteño a conversar (por Urtubey), pero para eso sentate con Macri. Entre la copia y el original, yo prefiero el original", chicanea, en reuniones privadas. Massa no es el único que parece preferir "la copia". También lo hace Juan Grabois, el amigo del Papa, quien esta semana radicalizó como nunca su discurso e impulsó un frente opositor peronista para derrotar al "enemigo": una palabra -¿una definición política?- que parecía erradicada del diccionario democrático argentino y que entra en franca contradicción con el proclamado amor universal de la Iglesia. Embarcado en un discurso cada vez más clasista y violento, el nombre de Grabois empezó a sonar como un posible vice de Cristina, si es que decidiera encabezar ella misma una fórmula presidencial para 2019.

Pero el eterno escollo en los laboratorios peronistas es María Eugenia Vidal. La fortaleza de Cristina es, a la vez, su debilidad. El cristinismo no pudo, no supo o no quiso construir un plan B. El Peronismo Federal no encuentra un líder. En Cambiemos, sucede al revés. Deshilachado y todo, el plan B de Macri rinde mejor que él mismo. Rarezas de una sociedad que está cambiando.

(*) Periodista. Autora del libro "La Cámpora". Columnista en La Nación y radio Mitre.

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