Esta crisis del coronavirus nos plantea un problema decisivo
a los argentinos: la relación entre las pautas económicas y financieras, las
formas de ejercer el poder y rol del Estado y el ciudadano en sus formas del
trabajo, derechos y desigualdades. Estas cuestiones
están profundamente imbricadas entre sí.
Claramente, el neoliberalismo no puede ser reducido a una
teoría económica o política, sino en una práctica gubernamental, que
se dirige hacia determinados objetivos.
Una práctica que no se caracteriza por
anhelar una “sociedad última”, una "comunidad de destino", sino
la producción de determinadas relaciones sociales, formas de vida y de un
sujeto neoliberal. En este sentido el neoliberalismo se ha sostenido y
expandido gracias a una profunda y colosal captura de las subjetividades.
Esto está claramente explicitado en una entrevista al Sunday
Times del año 1981, la entonces Primer Ministra británica M.
Thatcher (país donde la ideología neoliberal se ha aplicado con más rigor) le
decía que la economía era (sólo) un método y que el verdadero objetivo (de su
gestión) “era cambiar corazones y almas”.
Esta definición, a todas luces muestra que el consumismo
capitalista es algo más que un simple modo de producción de bienes, es un
proceso de subjetivación tanto o más como un proceso de
producción y esto es lo que hoy observamos claramente.
Cómo se puede entender qué le sucede a la gente que ve
afectada su salud, que afecta el desarrollo de las industrias, el
destino de los empresarios, los trabajadores, los trabajadores informales, los
pobres, sin tener consciencia de la economía en la cual vive.
Hoy en el mundo se suman análisis y debates sobre si esta
pandemia podría terminar con este capitalismo imperante, si cambiará o
no las correlaciones de fuerzas dentro de los Estados.
Lo cierto es que esta crisis puso al mundo ante
un espejo.
Refleja el colapso del orden neoliberal y amenaza
con una disrupción de consecuencias que nadie puede prever. Vemos como deciden
priorizar la economía depredadora antes que el bienestar de la población. Vemos
las serias contradicciones de los postulados neoliberales y los dogmas desregularizadores
de los divulgadores del “déficit fiscal, del achicamiento del
Estado, de la disminución del costo laboral, entre otras tantas, replanteándose
sus teorías. Ahora incluso estos vaticinadores de la derecha son
intervencionistas y partidarios del gasto público (transitan la era
post-austeridad).
Desde el Estado ¿Qué decirles a una sociedad
fragmentada, desocializada y vulnerable que le penetra a una
velocidad vertiginosa el virus? ¿ Que se le dice a los que se vieron
favorecidos económicamente en los últimos cuatro años?.
Esta sea tal vez la pregunta que defina un sistema que sea
sostenible para nuestras generaciones futuras.
¿ Y después, hacia qué tipo de capitalismo queremos ir
los argentinos?
Alberto Fernández arranco su mandato con una
deuda externa que llega al 91% del PBI nacional y requiere una
restructuración. Un Estado desfinanciado por el gobierno neoliberal criollo que
otorgo exenciones impositivas a los sectores de mayor ingreso de la
sociedad y, elimino las retenciones en general, manteniendo la de la soja pero
con descenso del 0,5% mensual en la alícuota (el campo aumentó sus ganancias un
870% desde 2015. El año pasado se llevaron U$S 7.632 millones a sus
bolsillos, luego de pagar costos e impuestos).
Qué consecuencias trajo?: los ingresos de la Administración
Nacional en el año 2015 que eran del 25,8% del PIB, cayó al 22,5%
del PIB en 2019. Un PIB que además es menor al que era cuatro años
atrás. A ese recorte de ingresos fiscales, se le debe sumar que el pago de los
intereses de la deuda que se acrecienta otros 3,33% del PIB (gasto
público), y ese porcentaje del producto, se financia con más deuda.
En el contexto de encontrar un rumbo para encauzar el
desastre económico social y no caer en la desintegración social, irrumpió el
coronavirus y, la reacción del gobierno de Fernández, fue de “manera
oportuna y precoz priorizando la protección de la vida de la gente” (reconocido
por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización de las Naciones
Unidas). Medida que el gobierno sabe perfectamente la implicancia
restrictiva a la actividad económica. Aplanar la curva de infecciones costará
muchos recursos.
El desafío político que representa para Alberto Fernández
esta crisis (que poco se sabe cuál será el daño que va a ocasionar, ni cuan
fácil o difícil será volver a la normalidad), no es sencilla. Esta
crisis tendrá como saldo, mayor desempleo y malestar en
todos los ámbitos porque las compensaciones estatales serán
insuficientes.
Para el futuro inmediato el presidente imagina un escenario
posible: “Tenemos que lograr que el capitalismo del futuro sirva para producir
y dar trabajo, en un escenario de mayor igualdad, que todos tengamos la mismas
posibilidades de progresar y de crecer”.
En este escenario, el gobierno debe asumir con capacidad
política y gestión de Estado, la existencia directa entre la renta, los
salarios, precios de los bienes de consumo y niveles de bienestar. Se debe
actuar de los efectos dañinos de las políticas implementadas
anteriormente que desfinanciaron la salud, la educación, la infraestructura del
país, y redujeron los salarios y llevo a una tremenda desocupación.
Por supuesto que emergerá las discrepancias, propias de los “codiciosos” (así los llamó el presidente) que no quieren ceder un gramo de sus beneficios a la sociedad. Se resquebrajarán consensos.
Pero ningún otro actor social como la colectividad del Estado-Nación puede aportar orden, certezas, y crecimiento equitativo. “Nadie se salva solo”, sentenció el Papa Francisco.