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Sábado 11 de abril de 2020
Escribe: Gonzalo García Garro (*): A 150 años del asesinato de Urquiza, crimen impune en la historia argentina y entrerriana

El asesinato político es un retornante histórico en nuestro país. Mariano Moreno, Monteagudo, Güemes, Facundo Quiroga, Lavalle, el mismísimo López Jordán, por sólo mencionar algunos ejemplos, fueron víctimas de muertes ocurridas en extrañas condiciones. Fueron también, algunas, muertes que quedaron impunes. Como advertimos, tanto en los albores de nuestra nacionalidad, como también durante las guerras civiles, los crímenes impunes abundan en la historia argentina.


Todos estos crímenes son políticos, es decir que tienen como motivo la eliminación física de una persona que se presenta como un enemigo de los intereses del asesino. Y todos estos homicidios tienen también un denominador común: se realizan por encargo. El autor material del hecho (sicario) recibe la orden de matar a la víctima por parte del autor ideológico (merced) que le otorga luego de cumplido el hecho homicida, una contra prestación por la ejecución.


Esta naturaleza especial de crímenes por encargo hace muy dificultosa la revelación de quién es el autor ideológico del delito que queda oculto e impune ya que, los autores materiales, si son apresados, ocultan la identidad del mandante. Ante el silencio del sicario surgen las conjeturas, las hipótesis y las posibilidades. Y finalmente, ante la falta de evidencias, queda para aplicar en el análisis, la sugerencia de Séneca: “Aquel a quien el crimen le es beneficioso, es el que lo ha cometido”.


A principios de abril de 1870 había estallado la revolución jordanista en distintos lugares de la provincia y, aunque no está probado que entrara en el plan revolucionario la muerte de Urquiza, su residencia es asaltada y él es asesinado por una partida que obedecía políticamente a López Jordán.


Es preciso que nos detengamos en el análisis de esos sucesos para ver como la historia oficial ha falsificado los hechos endilgándole la culpa del asesinato a López Jordán.

Los hechos acaecidos son muy confusos, hay diversas y contradictorias versiones interesadas, pero en verdad, el único documento cierto que existe sobre la forma en que se produjo la muerte de Urquiza, quiénes fueron sus autores materiales y quiénes los mentores ideológicos del atentado, son las declaraciones que aportó el capitán José María Mosqueira, único detenido y procesado por los hechos.


Según lo expresado por Mosqueira en el juicio, los hechos ocurrieron de la siguiente manera: La conspiración comienza en la estancia de Arroyo Grande, cerca de Concordia. A dicho lugar concurre el joven estanciero de Gualeguaychú, José Mosqueira para ofrecerle sus servicios a López Jordán en el movimiento revolucionario que éste prepara para derrocar al gobernador Urquiza. El plan queda acordado. El lugar de encuentro de los conjurados será en la misma estancia, el 9 de abril.


Treinta hombres al mando del mayor Robustiano Vera y José Mosqueira partieron desde Arroyo Grande rumbo al establecimiento San Pedro, propiedad de Urquiza, a los efectos de ponerse a las órdenes del Coronel Luengo que los esperaba con veinte hombres más.


Las órdenes recibidas, según cuenta Mosqueira en las actas del juicio, eran las de apresar a Urquiza, respetarle la vida al gobernador y a su familia y llevarlo a la presencia del jefe revolucionario. La partida la formaban entre otros, además de los mencionados, Ambrosio Luna, Pedro Aramburu, Juan Pirán, Facundo Teco, Agustín Minué, Mateo Cantero y Nicomedes Coronel, este último era mayordomo de la estancia San Pedro. Un dato interesante: de todos los hombres de la partida sólo Mosqueira era entrerriano. La mayoría de ellos eran federales correntinos y orientales exiliados. Simón Luengo, el jefe de la partida, era un caudillo federal cordobés de cierta relevancia que había sido derrotado en su provincia natal y vivía en Entre Ríos protegido por Urquiza.


Al caer la tarde de ese fatídico lunes de 1870, según los testimonios, a las 19.30 hs., el gobernador se encontraba en la galería delantera de su residencia conversando con uno de sus ministros y escuchó sorprendido la llegada de un tropel de jinetes que habían entrado por la puerta trasera del Palacio San José al grito de ¡Muera Urquiza! y dando vivas a López Jordán. El gobernador se dirigió a una de sus habitaciones extrayendo un rifle y disparando contra la partida. Lo que ocurre a partir de ese momento es confuso y no lo aclara Mosqueira en el proceso. No se sabe si Luengo alcanzó a darle la orden de rendición a Urquiza o algún hombre de la partida disparó desobedeciendo la orden contra el caudillo que cae alcanzado por un tiro en la cara. También es un enigma quién lo “despenó” con cinco puñaladas en el pecho.


Lo que sí está claro es que la muerte de Urquiza no fue ordenada por López Jordán, ni estaba en los propósitos de los revolucionarios. La consideraban una muerte inútil. Y, para completar la intriga de esta historia, el mismo día, con algunas horas de diferencia, como en una secuencia del cine de Francis Ford Cóppola, son asesinados en Concordia, también en circunstancias equívocas dos de sus hijos, Justo Carmelo y Waldino.


¿Entonces, si no hubo orden de matar a Urquiza por parte de los revolucionarios, como fue el desenlace de la tragedia de San José? ¿Cómo y por qué ocurrieron los hechos?  Dentro del conjunto de historiadores que han tratado de develar la incertidumbre del hecho, Fermín Chávez, en su voluminoso y documentado libro “Vida y muerte de López Jordán” conjetura tres probabilidades: a) Que los jefes de la revolución jordanista autorizaron la ejecución de Urquiza; b) Que Luengo, la resolvió sobre la marcha; c) O que la resistencia armada de Urquiza dió ocasión a su muerte. Ahora bien, ninguna de estas hipótesis puede ser probada... Son especulaciones. De hecho, nada ha podido ser probado fehacientemente.
La historia oficial está plagada de falsedades y omisiones maliciosamente consumadas. De hecho, las muertes poco claras que mencionamos al principio de este ensayo han sido instrumento de propaganda política del aparato cultural del sistema. Ya sea para encubrir o para culpar injustamente de un crimen a alguien, un asesinato, una muerte jamás constituyó un impedimento moral a la hora de escribir la historia acorde a los intereses de las clases dominantes. Si han asesinado que problema pueden tener en mentir sobre ello, o sobre quién y cómo.


El historiador entrerriano Aníbal S. Vásquez, en su obra “López Jordán” afirma: “Hasta ahora se ha adjudicado a López Jordán una responsabilidad personal del crimen, como si él lo hubiera concebido e inspirado, organizado y ejecutado. Así se ha dicho y se viene repitiendo de generación en generación. Así se enseña en algunos textos escolares. Así se falsea la verdad y se adultera la historia… En términos generales se ha dejado caer la terrible y mortificante acusación. Se la ha concretado con sonoros adjetivos pero sin las probanzas debidas… Recorramos los archivos, acerquémonos a las amarillentas colecciones de las publicaciones periódicas de la época, hurguemos en los rincones de las viejas casonas, que aun guardan las sugestiones de los tiempos idos, y no descubriremos nada que nos pruebe, que nos traiga y afirme la convicción de una responsabilidad personal de López Jordán en la tragedia del Palacio San José… Sarmiento acusa a López Jordán con el mismo énfasis que pedía Southampton o la horca para Urquiza y la voracidad de las llamas de un pavoroso incendio para Paraná. Sabiéndose familiarizado con la prédica del asesinato quiere descargar su conciencia de toda responsabilidad… En este episodio el oficialismo metropolitano vuelve a administrar justicia a su gusto y paladar…En la lucha rencorosa, sin cuartel, de acciones violentas, Sarmiento venció, al final, a López Jordán y no solo dictó sentencia en las acusaciones que él solo hizo, sino que las impuso… La versión oficial que ha llegado hasta nosotros es consecuencia de esa disciplina”.


Pero no todo se puede ocultar o silenciar eternamente. Los textos de José Hernández y Juan Bautista Alberdi a los que hago referencia en este ensayo, olvidados maliciosamente por la historiografía oficial, abren una ventana para tener una mirada distinta sobre el asesinato de Urquiza, magnicidio impune en la historia argentina y entrerriana. Existen otros historiadores y actores políticos de la época que llegan a conclusiones similares que esta, su estudio también podrá contribuir a echar luz sobre este oscuro episodio histórico.


A 150 años, a modo de conclusión, lo que nos queda claro hoy es que Ricardo López Jordán no mandó a matar a Urquiza, no existe prueba alguna de ello por lo que está fehacientemente comprobada su inocencia. ¿Quién fue entonces el mentor del atentado? ¿Fue un accidente? ¿Una consecuencia indeseada por la resistencia armada que el propio Urquiza opuso a sus captores? ¿Una venganza de los viejos federales decepcionados por las vacilaciones de Urquiza? ¿Una represalia por la “retirada” de Pavón? ¿Un crimen ejecutado por los liberales porteños como lo presagió José Hernández? ¿Qué relaciones y que consecuencias tuvo con el atentado el viaje presidencial de Sarmiento a San José?  No hay certezas y debemos remediar la falta de pruebas con nuestras propias conjeturas.

(*)  Abogado e historiador paranaense

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