La conformación actual del sistema internacional ha dado
muestras de debilidades, las cuales pueden ser acreditables tanto a errores propios
como al surgimiento de nuevos actores que procuran intereses diferentes a los
Estados.
Dentro de los propios, podemos exponer la incapacidad de garantizar bienes y servicios de calidad y en cantidad suficiente que permitan una movilidad social ascendente, lo cual ha generado un nivel de insatisfacción creciente, debilitando la legitimidad de las instituciones legalmente constituidas.
La aparición de actores trasnacionales primero y
recientemente la concentración del 50 % de la riqueza económica en menos de 100
individuos en el mundo, han achicado el margen de maniobra de los Estados,
fortaleciendo la posición de los productores de políticas por encima de las
ejecutores locales. Todo ello, en perjuicio de los receptores de estas,
alimentando un circulo vicioso que carcome los principios éticos de la acción
política.
Simultáneamente, la distracción de recursos en campañas
militares para consolidar posiciones geopolíticas está quedando vetusta, dando
espacio para consolidar procesos de cooperación entre los Pueblos y brindar
nuevo impulso a los organismos multilaterales.
Los escándalos actuales tales como el destierro por guerras,
el deterioro constante del ambiente o por la avanzada del narcotráfico, la
pobreza extrema frente al desperdicio de alimentos, el déficit de
infraestructura adecuada versus la obscenidad publicitada, entre tantos otros,
constituyen en definitiva la falta de esperanza en un mundo mejor, que debe
interpelar a la dirigencia política para comenzar a transitar el camino que nos
trazáramos cuando descubrimos la vocación por colaborar en la vida del próximo.
La realidad nos exige calibrar los instrumentos
Como nunca antes en la historia, la evolución de las
ciencias políticas y la tecnología pueden proveer a los Estados de la
asistencia en tiempo real para abordar las problemáticas que el contexto actual
le presentan. De vital importancia y urgencia es atender la nutrición de la
primera infancia, ya que posibilitará el desarrollo biológico/cognitivo y su
posterior inserción en el mundo del trabajo, en una interacción permanente con
la inteligencia artificial
y robots. Por ello también es menester reconfigurar la
educación, pasando del modelo de acumulación de conceptos por uno dinámico de
aplicación práctica, que promueva la modalidad técnica; con mayor carga horaria
en matemática, informática, producción de alimentos e idiomas, acompañado de
una base filosófica que supere los postulados ideológicos del individualismo
darwiniano y el conflicto como balanza social.
Estamos en un punto de inflexión, y en gran medida depende de nosotros mantenernos anómicos o comprometidos con nuestra comunidad. Las acciones cotidianas, sumadas a las decisiones participativas institucionales adecuadas a estos tiempos, posibilitarán parir un nuevo Estado. Uno que dé cuenta de la dignidad de las personas, que reconozca el valor del trabajo colaborativo, que brinde respuestas oportunas a la metamorfosis del trabajo expresada en la internet de las cosas, la cadena de bloques o la impresión 3D; que regule con una mirada ética las nuevas tecnologías como la robótica, la inteligencia artificial y la digitalización, y que dote de reconocimiento social íntegro a los que generan empleo y riqueza.
En definitiva, un Estado dispuesto a organizar esfuerzos
públicos y privados en un diseño institucional innovador e inclusivo. Ese
Estado, seguramente tendrá más legitimidad y generará anticuerpos ante excesos
de poder.
(*) Licenciado en Ciencias Políticas - Centro de Estudios Nuevo Estado