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Jueves 09 de diciembre de 2021
Gonzalo García Garro: Ricardo López Jordán y la última montonera federal

"Los sublevados serán todos ahorcados, oficiales y soldados, en cualquier número que sean". "Es preciso emplear el terror para triunfar. Debe darse muerte a todos los prisioneros y a todos los enemigos. Todos los medios de obrar son buenos y deben emplearse sin vacilación alguna, imitando a los jacobinos de la época de Robespierre"… "A los que no reconozcan a Paz debiera mandarlos ahorcar y no fusilar o degollar. Este es el medio de imponer en los ánimos mayor idea de la autoridad". "Hemos jurado que ni uno solo ha de quedar vivo"Pensamiento de Domingo F. Sarmiento, extraído de diferentes cartas escritas por él, transcriptas por autores varios.

Ricardo López Jordán fue el último caudillo que se alzó contra la política del porteña. Expresó la última resistencia del interior federal al proyecto de sumisión y entrega que implantó Buenos Aires luego de Caseros y Pavón en el marco de una geopolítica del imperialismo británico. Su resistencia se expresó en tres revoluciones o rebeliones jordanistas, que durante la primera parte de la década de 1870 fueron en centro de la política nacional. 

Su resistencia termina con una derrota, la última batalla del federalismo en las guerras civiles argentinas del siglo XIX. López Jordán, sobrino de Francisco "Pancho" Ramírez e hijo de quien fuera el compañero de luchas y hombre de extrema confianza del Supremo Entrerriano, fue uno de los hombres más representativos, caracterizados y discutidos de nuestra historia provincial. Afirma Aníbal Vásquez que, con su partida del escenario político nacional, “se va la tradición", desaparece "un resabio del pasado heroico y turbulento”, que se convertirá en “leyenda”. 

López Jordán fue el jefe de las últimas montoneras federales que intentaron fijar un curso nacional para la patria argentina, defendió la soberanía de Entre Ríos y fue derrotado por fuerzas militares por el gobierno porteño, superiormente armadas por el dinero del imperialismo británico.

¿Qué fue el jordanismo?: orígenes y causas 

El jordanismo fue un movimiento político de raíz federal que tuvo rasgos distintivos que lo diferencian de otras corrientes de igual cuño que existieron y se organizaron en el país. Su singularidad tiene que ver con la realidad política de nuestra Entre Ríos.

La reputación nacional de Urquiza como jefe del Partido Federal comienza a deteriorarse después de la “retirada” injustificable de Pavón. Urquiza se desentiende de los levantamientos de las montoneras del Chacho Peñaloza y de Felipe Varela, librando a su suerte los movimientos federales en el interior del país. El prestigio del ex presidente de la Confederación decae aceleradamente en el interior del país.

Cuando el mitrismo le exige que envíe la caballería entrerriana a la Guerra del Paraguay, ésta se le desbanda en Basualdo, se niegan rotundamente a pelear contra los hermanos paraguayos; los entrerrianos cuestionan de hecho su autoridad. En 1870, año de la muerte de Urquiza, en Entre Ríos, el urquicismo se mantiene como un aparato político arcaico, que hoy se podría definir como burocrático e impopular, manejado por los últimos fieles que le quedaban al caudillo.

En este contexto, Ricardo López Jordán, sobrino de nuestro legendario “Supremo Entrerriano”, Francisco Ramírez, criollo de ilustre familia, de memorable comportamiento en Pavón y firme conducta federal aparece como la alternativa de Urquiza para los entrerrianos. López Jordán se transforma con el paso del tiempo en el referente ineludible del federalismo provincial, fundamentalmente de un grupo de estudiantes e intelectuales egresados del Colegio Nacional de Concepción del Uruguay que en 1868 lo postula para gobernador en reemplazo de José Domínguez que termina su mandato. Domínguez había realizado una intrascendente gobernación y era un títere manejado por su pariente: el “Señor de San José”, cuyo programa de gobierno “consistía en estas palabras que repetía siempre: “Mi gobierno no hará sino lo que el General Urquiza ordene” .

Sin duda, López Jordán será electo gobernador piensan los entrerrianos, su popularidad se acrecienta mientras Urquiza está atareado en su candidatura presidencial. Es más, la candidatura de López Jordán se afianza en la medida que se afirma la candidatura de Urquiza a la presidencia. Pero las cosas no ocurren así; imprevistamente Urquiza ordena votar su propio nombre para gobernador y López Jordán renuncia a su candidatura. Urquiza asegura así su poder provincial garantizándose la gobernación por si no logra la presidencia. No llegará a ser presidente y no terminará su gestión de gobernador prevista para el periodo 1868-1872, fallecerá en una muerte que quedará impune en 1870.

El programa político de jordanismo

Entre Ríos es y fue una provincia con una geopolítica especial. En un principio, en términos políticos, la provincia fue una liga de cinco villas que tenían en los Cabildos locales su representación institucional. La Legislatura representaba a las villas en un principio con un diputado por cada una.

Pero en el transcurso de las guerras civiles el poder de la legislatura aumentó, lo mismo que el del gobernador, que nombraba, a sus fieles, como miembros de la legislatura. Los cabildos desaparecieron ante los comandantes departamentales que eran instrumentos del gobernador y la legislatura ya no representó a las villas sino a los partidarios del gobernador, es decir a Urquiza, que había gobernado por más de treinta años la provincia.

No obstante, el espíritu comunal y localista quedó latente porque las villas se convirtieron en ciudades y no existía una gran capital como en otras provincias que absorbiera la mayoría de la vida urbana. Concordia, Gualeguychú, Victoria, Nogoyá o Diamante eran pequeños conglomerados urbanos, centros económicos y sociales independientes, sin influencias de Concepción del Uruguay o de Paraná. Ese fuerte localismo e independencia municipal que las ciudades entrerrianas todavía hoy conservan encuentre sus antecedentes en este período histórico.

La “autonomía municipal” fue entonces una de las banderas levantadas por los jordanistas en contra de la centralización del poder establecido por Urquiza y sus comandantes locales.

El programa de los revolucionarios jordanistas se inspiraba en los principios del “Club de los Libres”: libertad electoral, restauración de las comunas y régimen justo de la tierra. Esta asociación, que funcionaba en Buenos Aires y en algunas provincias, era una fuerza política nueva que proponía “combatir la oligarquía para asegurar al pueblo el uso desembarazado, libre y pacífico de todos sus derechos.” Entre los miembros fundadores del “club” se encontraba José Hernández, por entonces redactor del diario “El Río de la Plata” que luego se alistará en las tropas revolucionarias jordanistas.

López Jordán sostenía un programa político con profundos argumentos, nutridos de la tradición del federalismo del litoral. Sus ideas, poco estudiadas y abordadas por los textos de historia, son claras y coherentes, las exteriorizó y sistematizó en documentos. Fermín Chávez, en su fundamental obra de “Vida y Muerte de López Jordán”, sostiene que el caudillo expresaba “…sin duda un proyecto de revolución federal para toda la República Argentina… Los testimonios documentales originales son tres proclamas revolucionarias escritas entre diciembre de 1867 y 1868. La primera pieza lleva por título “Proclama a Entrerrianos” y está escrita por “Vuestro General y compañero”. La segunda es otro documento manuscrito, extenso y bien redactado, que se denomina “Manifiesto de la Revolución a los pueblos que componen la República Argentina, por la Junta Revolucionaria de la provincia de Entre Ríos. Y la tercera proclama está constituida por el “Manifiesto a los Pueblos Argentinos y Repúblicas Americanas”, extenso manuscrito donde analiza el proceso de la historia argentina a partir de la colonia y se estudia el significado del federalismo y del unitarismo en el Río de la Plata”. Los historiadores concuerdan que en estos textos se encuentra el claro aporte de Francisco F. Fernández, ex secretario de Urquiza y una de las mentes jóvenes más brillantes del pensamiento federal.

También López Jordán encarnaba, en su historia y persona, este proyecto mejor que nadie en esta tierra. Era su momento en la historia, como si toda su vida fuese un prólogo a esa instancia. Narra Jorge Abelardo Ramos: “…Era un hombre 46 años, de gran veteranía militar: Arroyo Grande, Caseros, Cepeda, Pavón. En su provincia ha sido diputado, Presidente de la Legislatura, todo menos gobernador, porque Urquiza se había sentado en la silla regia hacía tres décadas y no se había levantado. Manuel Gálvez lo describe: ´Tiene el poder de arrastre de los grandes caudillos. Fascina a los gauchos con su tipo físico –la espléndida estampa, la negra y larga barba, los bellos ojos- y por el don de simpatía y coraje”.

La revolución se pone en marcha

A principio de 1869, la revolución está en marcha. El descrédito de Urquiza se acrecienta y lo hace insostenible. Gran parte de los actores políticos de la provincia de Entre Ríos está en contra del “Señor de San José” a quién llaman “el tirano”. Los revolucionarios van estrechando filas, el cura Ereño, los periodistas Juan F. Mur y Francisco Fernández que editan en Paraná el periódico “El obrero Nacional”, los egresados y estudiantes del Colegio Nacional de Concepción, los exiliados blancos orientales, los federales correntinos también exiliados, antiguas familias patricias, la mayoría de los comandantes departamentales y casi todos los jefes y oficiales de milicias provinciales. Solo falta el jefe, pero López Jordán se niega, quizás por una criolla lealtad, a ponerse al frente de la sublevación.

La visita de Sarmiento actúa como detonante. La genuflexa actitud de Urquiza ante la nueva política de los porteños aglutina definitivamente a los conjurados que logran convencer a López Jordán que accede ponerse al mando de la revolución. Su arraigo popular y su ascendiente en las milicias daban la seguridad de conseguir un triunfo sin recurrir a la lucha armada.

Producido el “accidente” (así lo califica Fermín Chávez) que ocasiona la muerte de Urquiza se reúne la legislatura entrerriana inmediatamente. Como lo dispone la Constitución Provincial debe ser elegido un nuevo gobernador en reemplazo del muerto y es elegido López Jordán, naturalmente, ya que era el jefe de la revolución.

En el discurso pronunciado en el acto de juramento se refiere a la muerte de Urquiza lamentándola. Deplora “que los patriotas que se decidieron a salvar las instituciones, no hubieran hallado otro camino que la víctima ilustre que se inmoló”. Como se advierte, no se hace, ni se hará cargo jamás, del asesinato de la “victima ilustre”. Vásquez sostiene: “La insurgencia triunfa. A pesar de las ilustres víctimas, Entre Ríos no da ninguna muestra de reacción. La mayoría de las situaciones departamentales con sus respectivos jefes de la policía y demás autoridades, se adhieren al movimiento…Hay un silencio que no es de conformidad con el crimen, pero sin con la revolución que más tarde se rubrica con sangre sobre las cuchillas entrerrianas”.

Todo lo que sobreviene después de la muerte de Urquiza en la provincia se da en un marco de total normalidad constitucional. Se respeta la ley, la vida de los ciudadanos está garantizada y reina la paz social. Un gobernador ha sido muerto y lo sustituye otro según lo establece la ley.

Sarmiento, la invasión a Entre Ríos y el ataque al federalismo

El gobierno nacional no tiene argumentos para intervenir la provincia. Pero Sarmiento entiende que el muerto (con quien se había reconciliado) debe ser vengado y la provincia intervenida. Consulta con su ministro del Interior, Vélez Sardfield, el caso no es fácil opina el jurista ya que no hay “requerimiento”, ni autoridades depuestas y la división de poderes funciona normalmente. Un gobernador ha muerto, y es remplazado por otro en forma constitucional. Si la muerte ha sido un asesinato deliberado no es asunto del ejecutivo nacional. Pero a Sarmiento no le interesa los argumentos legales, ni el respeto a las autonomías provinciales, él es un autócrata que demanda por razones políticas intervenir Entre Ríos con la excusa del asesinato de Urquiza.

Por su parte, “Sarmiento acusa a López Jordán con el mismo énfasis con el que pedía Southampton o la horca para Urquiza y la voracidad de las llamas de un pavoroso incendio para Paraná. Sabiéndose familiarizado con la predica del asesinato quiere descargar su conciencia de toda responsabilidad”.

Después de destruir el Paraguay la oligarquía portuaria, de la cual Sarmiento es su fiel instrumento, necesita arrasar Entre Ríos, última rama del viejo árbol federal donde sobreviven todavía proyectos nacionales que pueden propagarse a otras provincias. Es preciso terminar con éste bastión montonero que obstaculiza el ingreso de la civilización dicen los iluminados porteños. Para esto hace uso de todos los medios, honorables o no, lícitos o ilícitos, lo importante es el fin: “Regar con sal el suelo entrerriano”.  Y lo hará... A lo que llaman “barbarie” le responde con más barbarie, verdadera barbarie.

El Senado de la Nación se niega a autorizar la intervención federal, pero a Sarmiento no le importa el mandato constitucional... El General Emilio Mitre (hermano de Bartolomé) desembarca las primeras tropas en Gualeguaychú. Otro general, Conesa, al mando de las tropas fogueadas en Paraguay desciende en Paraná. Y, por el norte ingresa a la provincia Gelly y Obes con un tercer poderoso ejército a su mando. En total 16.000 hombres, todo el ejército veterano del Paraguay rodea a Entre Ríos. Al mismo tiempo operadores de Sarmiento incursionan en la provincia sobornado a jefes departamentales al mando de tropas para neutralizarlos.

A la invasión, que es un atropello innecesario de la autonomía provincial, López Jordán responde con una declaración de guerra: “Aquí me tenés con la lanza en la mano, dice en su proclama del 23 de abril, Si queréis ser libres venid a acompañarme. ¡La guerra pués! ¡Eso manda el honor y la libertad!”. Y, la expresión “con la lanza en la mano”, no será una metáfora, sino una realidad: los casi 10.000 jinetes que consigue reunir el caudillo estaban armados con tacuaras y algunas pocas armas de fuego.

La resistencia jordanista

Ante la disparidad de fuerzas y armamento, López Jordán decide una guerra de resistencia o también puede ser llamada de “guerrillas”, en la que partidas de jinetes caen sorpresivamente sobre las tropas nacionales para arrebatarles el parque o espantarle los caballos, esfumándose luego en un terreno que conocen sobradamente.

El pueblo entrerriano todo, es importante señalarlo, se unió a su cadillo en esta gesta despareja. Hubo numerosos combates, entreveros con resultados diversos hasta que en “Ñambé”, Corrientes, las fuerzas jordanistas son derrotadas inevitablemente por la superioridad del armamento del Ejercito Nacional en funciones de ejército pretoriano. Uno de los comandantes de las fuerzas nacionales es Julio Argentino Roca, un militar tucumano, ex estudiante del Colegio Nacional de Concepción del Uruguay fundado por Urquiza. Paradojas o mensajes de la historia...

Refugiado en el Brasil, López Jordán, el último montonero, realizará más tarde dos nuevas tentativas infructuosas. Son las conocidas por el nombre de “guerras jordanistas”.


Después de vencida en “Ñambé” la primera revolución del 70, los revolucionarios e incluso los vecinos indefensos, quedaron privados de todo derecho y obligados a vivir como fieras en los montes de Entre Ríos. El Ejercito que había enviado Sarmiento se comportaba con un verdadero ejército de ocupación, persiguiendo y fusilando a cualquier sospechoso de “jordanismo”.

Para ese entonces, después de la primera y frustrada revolución, un gaucho jordanista, en 1872 y mientras se alojaba clandestinamente en el “Hotel Argentino” de Buenos Aires, daba término a nuestro máximo poema nacional que había iniciado años antes. En el canto del “Martín Fierro”, de José Hernández, para algunos autores un verdadero “anti-Facundo”, queda inmortalizada la tragedia del gaucho y el desamparo del pueblo ante la avasalladora acometida de la oligarquía portuaria.

La segunda rebelión y el terrorismo de Estado

Hasta que estalla la segunda rebelión en 1873. La respuesta, será la política de Estado represiva, que Sarmiento consumará masacrando al pueblo entrerriano. Una matanza sin cuartel a civiles inocentes, vecinos comunes y gente desarmada. Lo que hoy jurídicamente podría denominarse Terrorismo de Estado.

El 1 de mayo de 1873 ingresa López Jordán al territorio entrerriano, su prestigio no había disminuido a pesar de la derrota anterior. En poco tiempo reúne 12.000 gauchos de toda la provincia, incluidos correntinos y orientales que lo apoyan en la patriada, y comienza así un enfrentamiento sanguinario y atroz.

El Estado Nacional toma medidas, declara el Estado de Sitio, prepara tropas y nuevos armamentos para regar el suelo entrerriano con sangre de gauchos. Sarmiento, presidente de la Nación, pone precio por la cabeza del caudillo federal que es tasada en la suma de 10.000 pesos. Es decir que le da ésa suma de dinero al que entregue a López Jordán, gobernador de Entre Ríos destituido, vivo o muerto, acción está que, el Código Penal tipifica como un delito.

Si los jordanistas disponían nuevamente de armas obsoletas, el Presidente Sarmiento había conseguido las de último modelo. Había adquirido a la fábrica Rémington los famosos rifles a repetición y una nueva arma de guerra definitiva: la ametralladora. Más que la guerra de la civilización contra la barbarie esta vez se trataba de la guerra de la riqueza del imperialismo contra la pobreza de los pueblos dominados. Resalta Abelardo Ramos que “Sarmiento obtiene en Londres un préstamo de 30 millones de pesos fuertes: 10 millones estaban destinados a terminar la guerra del Paraguay. Los otros 20 eran para financiar el aplastamiento de las revoluciones interiores”.

Sarmiento arma otra de sus teatralizaciones... Llega hasta la ciudad de Paraná imprevistamente a reunirse con los comandantes para entregarles un presunto plan secreto y de paso probar la efectividad de las armas compradas. El escenario elegido es la Escuela Normal, sus paredones serán ametrallados por él mismo ante la mirada atónica de los paranaenses que lo toman por alguien fuera de sus cabales.

Pero Sarmiento no está demente, es un acto de histrionismo. Más allá de la bufonada, el mensaje y su contenido genocida es claro. Anuncia que la guerra durará poco y vuelve a Buenos Aires. Y tuvo razón en el anuncio, la guerra poco duró, dos semanas después los jordanistas serían sorprendidos por los nacionales y exterminados literalmente con los cañones Kurpps y las nuevas ametralladoras. Después de dos derrotas totales y consecutivas en “El Talita” y en “Don Gonzalo”, López Jordán da por perdida la guerra, los sobrevivientes se desbandan buscando refugio escapando a la represión y López Jordán se asila en el Brasil.

Las tropas nacionales no quedan conforme con la victoria militar y se dedican a la masacre. Cuenta Fermín Chávez que “el teniente Saturnino García que peleó en Don Gonzalo, afirma que el Coronel Juan Ayala ordenó después de la batalla “fusilamientos sobre el tambor” y ordenó numerosas muertes a lanzazos, de tal modo que las bajas jordanistas aumentaron considerablemente después de la batalla”.

Sarmiento logra su objetivo propuesto de devastar a Entre Ríos. Campos arrasados, mano de obra arrancada del trabajo cotidiano para portar armas; era suficiente ser varón para ser sumado voluntaria o compulsivamente a la guerra. Patética es la situación vivida en el interior entrerriano. La civilización de la levita que había eliminado a los llaneros del Chacho, a los montoneros de Felipe Varela, la misma que había cometido el genocidio del pueblo paraguayo es la que ahora se aboca a reprimir a sangre y fuego el pueblo entrerriano. El número de muertes es imposible de precisar, el libro de defunciones de Nogoyá expresa en una nota a pie de página que: “En estos meses no puede garantizarse la integridad del número de defunciones habidas a causa de los avances cometidos por los Jefes pertenecientes al Ejercito de la Nación”... firma un tal Santilli.

La brillante pluma del historiador José Luis Busaniche logra, en el siguiente párrafo, describir la trascendencia y el significado de tanta muerte y calamidad: “De más decir que la revolución de López Jordán fue vencida y con alardes revolucionarios, porque Sarmiento hacía también su revolución, la revolución del frac y del patacón, que consistía simplemente en destruir por sistema todo lo castizo, todo lo genuino y auténtico, todo lo representativo de su país para sustituirlo por una sociedad de advenedizos cursis, espíritus mostrencos y rastacueros en potencia, roídos por la codicia del dinero y el apetito de los honores baratos, atontados por una falsa cultura y con todas las supersticiones burguesas, entre las que contaba, y no poco, una recóndita admiración por esa misma clase superior de raíces históricas que se jactaban de combatir”.

La última montonera

Tres años después, durante la presidencia de Avellaneda, sucesor de Sarmiento, López Jordán intenta en 1876 una tercera invasión a la provincia. ¿Que llevó a López Jordán a lanzarse por tercera vez sobre Entre Ríos, ésta vez prácticamente solo? Hay conductas extrañas, todavía no desentrañadas en ésta tercera rebelión. ¿Fue una quijoteada del caudillo? ¿Un acto de desesperación casi suicida? ¿Estuvo relacionada la invasión con alguna conspiración mitristas? No hay explicaciones satisfactorias que expliquen los motivos que tuvo López Jordán para iniciar esta tercera intervención que ineludiblemente terminaría en un fracaso ya que no estaban dadas las condiciones políticas para tamaña aventura.

El caudillo vivía exiliado en Montevideo vigilado por la policía. Burlando la vigilancia y sin despertar sospechas, él solo atraviesa el río Uruguay. Del lado entrerriano lo esperaban algunos fieles, aunque no tantos como suponía. Honestamente, su nombre ya no despertaba el antiguo eco y solo alcanza a movilizar 500 gauchos prácticamente desarmados. La pequeña montonera se interna en la provincia hacia el noroeste. La reducida fuerza revolucionaria fue sorprendida por tropas nacionales del Ejército del Paraná al mando del Coronel Juan Ayala que la derrotan completamente en menos de una hora en un único y último combate librado en “Alcaracito” al sur de La Paz.

El coronel Juan Ayala es el mismo experimentado fusilador de “Don Gonzalo” y en ésta oportunidad también será implacable persiguiendo a los últimos jordanistas en el desbande. Nadie se deja apresar, porque saben que le va la vida. No todos los derrotados logran huir, algunos son capturados y les espera la misma suerte inclemente: “El coronel Berón fue capturado después de Alcaracito. No era un prisionero ni se encontraba con las armas en la mano. Estaba enfermo y fue delatado. Conducido a presencia del coronel Ayala con una barra de grillos a los pies y los brazos atados por la espalda, fue mandado fusilar inmediatamente. No hubo defensa ni proceso. El coronel Berón pidió algunos momentos para despedirse de su esposa, y no le fue permitido este último consuelo. La esposa concurrió con sus pequeños hijos al lugar de la catástrofe y reclamó el cadáver. El verdugo disputó aquellos tristes restos. “Mejor es que se lo coman los perros y los caranchos”, fue su respuesta.” (“La Patria Argentina”. Buenos Aires, 26 de enero de 1879). El capitán Casco, acusado de jordanista, estaba preso en un cuartel de Paraná, y pocos días después del fusilamiento de Berón, “es reclamado por una partida enviada por Ayala y, se le hace entrega del preso para ser degollado a poca distancia del cuartel” (Ídem, 23 de enero de 1879).

López Jordán logra escapar de la matanza, conseguirá huir de las manos del inclemente Ayala y llega a Corrientes entregándose al coronel Cáceres, que, bajo su responsabilidad, lo pasa al juez de Paraná donde por encontrarse bajo jurisdicción judicial logra el caudillo salvar su vida al menos por el momento. Y así, con más pena que gloria finaliza la última y tercera guerra jordanista ocurrida durante la presidencia de Avellaneda.

Desaparece así, del escenario político, “uno de los hombres más representativos, caracterizados y discutidos. Con él se va la tradición, un resabio del pasado heroico y turbulento. Mañana será una leyenda”. Fue el jefe de las últimas montoneras que intentó fijar un curso nacional para la patria argentina, defendió la soberanía de Entre Ríos y fue derrotado por fuerzas militares superiormente armadas por el gobierno “civilizador” de Sarmiento.


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